DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO XI: Un alivio interrumpido.

Posted by on Apr 7, 2020

 

Capítulo 10

 

Un alivio interrumpido.

 

 

 

El demencial cabezón de Karmela ocupaba la pantalla por completo y eso, sumado al hecho de que la gran pantalla ocupaba la casi totalidad de la pared, hacía que cada uno de sus horribles rasgos se viese aumentado y saltase a la cara del espectador con el mismo insultante efecto que el de un gran gargajo de macedonia de frutas rancio.

—Aquí les traigo las imágenes —decía con su voz gangosa y engolada— aunque antes debo advertirles que se trata de un material no apto para corazones sensibles. Y nunca mejor dicho. Porque las fotos que van a ver a continuación, las mismas que yo, Karmela, he tomado con mis propias manos y sin ayuda de nadie, detallan perfectamente la diabólica ceremonia que Ana, la Ana más querida del país, y su novio el futbolista Davor, tuvieron en su chalet de la Moraleja la noche de ayer. Una ceremonia en la que ambos intentaron, por suerte sin éxito, arrancarle el corazón a una indefensa joven y devorarlo mientras aún latía. ¿Ha dejado Ana de ser Anita la fantástica y se ha convertido en Anita la satánica? Vean las imágenes y juzguen por ustedes mismos.

Y de pronto la horrible cara desapareció de la pantalla y esta se vio ocupada por una imagen fija de bastante mala calidad, en la que sin embargo se podía apreciar sin problema alguno lo que sucedía. La instantánea había sido tomada con un teleobjetivo desde fuera de la finca, pero a través de la gran cristalera del salón se veía bien cómo Davor sujetaba el cuchillo en alto mientras Ana lo abrazaba, y cómo de este modo ambos parecían relamerse ante el cuerpo desnudo de la joven atada, cuyas partes pudendas habían sido amablemente tapadas con cuadrados negros.

 

Derrotada sobre el sofá del lujoso piso de soltero de Davor, Ana no se lo podía creer. Tanto ella como su amado habían pasado una noche horrible, asolados por terribles pesadillas y sin lograr encadenar más de media hora seguida de sueño. Y ahora que por fin la luz del día había venido a iluminarles, y que habían encendido la tele esperando que la impronta de lo cotidiano fuese borrando poco a poco el recuerdo de la terrible experiencia del día anterior, se encontraban con que Karmela estaba desgranando todo lo ocurrido en el magazine de la mañana.

—Pero ¿por qué? —dijo Ana agarrándose muy fuerte la cabeza entre las manos— ¿por qué no nos puede dejar en paz? ¿cuánto tenemos que sufrir para que esta alimaña se sienta saciada?

—Tranquila tú, Ana —dijo Davor abrazándola paternalmente— nosotros cambiamos canal. Ya está.

Pero en el canal siguiente el cocinero Karlos Arguiñano estaba atravesando un corazón de vaca con un largo y afilado cuchillo, y en el siguiente los chicos de Bricomanía pintaban de negro las paredes de una casa, y en el otro desde Saber Vivir mostraban los beneficios de la leche pasada de rosca, y mirándose a los ojos los dos amantes descubrieron que no había sitio en lo cotidiano donde poder esconderse del horror que les había tocado. Apagaron la pantalla de la tele y se pasaron el resto del día mirando cómo el cielo de Madrid pasaba de gris a azul grisáceo y de azul grisáceo a rojo sangriento, casi sin decirse ni una sola palabra. Y cuando el cielo alcanzó su rojo más chillón y doliente, sonó el interfono y ambos volvieron a la realidad como maniquíes desenvueltos de su plástico. Era el Padre Pilón que había terminado por fin con sus labores.

 

–¡Padre! ¡Gracias a Dios que ha podido venir! –dijo Ana abrazándolo con todas sus fuerzas— ¡no se puede imaginar lo que ha sido, Padre! ¡Ha sido el infierno!

—No lo dudo, Ana. No lo dudo —contestó el Padre con mirada triste— de ahí es de donde vienen los demonios, con lo que no podía ser de otra manera.

—Pero, padre —dijo Davor —yo pensaba que era iscosiente colestivo y que demonios no existen.

—De inconsciente colectivo nada, hijo mío. Pazuzu —contestó el padre mientras se santiguaba al decir el nombre – es un demonio con todas las de la ley. Uno de los peores. E inconsciente no hay más que aquel que no se protege debidamente contra él. Pero dejadme que os lo explique mejor. ¿Se puede hacer un cafetito?

Así que Ana corrió a hacer café en la maravillosa cafetera expresso último modelo que Davor tenía en su piso, y mientras tanto el Padre sacó de su zurrón un gran libro de apariencia polvorienta y antigua y lo puso suavemente sobre la mesa de cristal del salón. Luego, tras ponerse unos guantes de plástico como los de los cirujanos, fue pasando las páginas con sumo cuidado hasta llegar a la que buscaba. En ella saltaba a la cara la ilustración de un terrible ser, mitad hombre mitad animal, como si se tratase de un terrible pájaro dispuesto a atacar.

 

—Como te dije por teléfono, Ana —explicó— Pazuzu es uno de los siete demonios superiores del Averno, y uno de los más terribles. En la antigua Mesopotamia, era el avatar de la tormenta y la mala leche, dos cosas que tienen mucho que ver. Luego ha ido evolucionando y variando de forma a través de las eras, siempre alimentándose de corazones jóvenes y ambiciosos, con los que va ganando poder y fuerza.

—En la casa yo tuve una visión, padre —dijo Ana estremeciéndose al recordar cómo ella misma había ansiado masticar la carne sangrienta del corazón de la joven— vi a Encarna, mientras estaba viva. Se había fusionado con el demonio, tanto que resultaba imposible saber quién era quién.

—Conocí a Encarna, sí. —asintió el Padre— y esto que me dices explica muchas cosas. Tormenta y mala leche son conceptos que siempre la acompañaron en su camino. En su caso resulta difícil saber si sería ella la que llamó al demonio o el demonio a ella, o si ella era el demonio todo el rato. Pero hay una cosa clara: Su presencia y la de Pazuzu son una en esa casa, y reinan en ella con la misma fuerza que Pazuzu lo hace en su círculo infernal.

—Había otra presencia —dijo Ana sintiendo cómo el asco la hacía estremecer— una vieja horrible.

—Otro aspecto de Pazuzu : un avatar. Un trozo de sí mismo puesto fuera de sí para operar mejor. Los demonios pueden hacer eso.

Todos guardaron silencio al ser de pronto conscientes del poder que atesoraba aquel terrible ser. En la calle el cielo se había vuelto ya negro y los neones sobre los edificios parecían ojos de seres de otro mundo que los observaban fijamente.

 

—Padre —dijo Ana con voz baja y temerosa— allí, en la casa, había muertos vivientes. Bueno, más bien muertas. Había un montón de chicas jóvenes, y a todas les faltaba el corazón.

—Me lo puedo imaginar, Ana – contestó tristemente el Padre – Encarna tuvo mucho poder en su momento. Mucho. Y el número de jóvenes inocentes que bajo el influjo de Pazuzu puede haber asesinado no soy capaz ni de medirlo.

—Pero…debemos haser algo! —dijo Davor— Nosotros debemos parar demonio!¡Pasusu…sigue allí! ¡esperando próxima vístima! ¡Y en esa casa están cosas nuestras! ¡Están mis melones de suerte!

—Olvídalos, hijo— sentenció el Padre— Si quieres mantener tu alma intacta jamás deberíais volver por allí. Pazuzu es demasiado poderoso, incluso para mí. Yo lo único que puedo hacer es utilizar mi experiencia para calmaros. Orar con vosotros hasta que el recuerdo se atenúe y os deje volver a vivir. Pero a esa casa no debéis volver jamás. Ni tú ni Ana. Sobre todo ella. Esta vez tuvísteis suerte, pero no volveréis a tener tanta. Olvidad la casa. Olvidadla.

 

En ese momento Ana sintió que las lágrimas le subían a los ojos, y esta vez no era por lo horrible de lo vivido, sino por tener que abandonar de pronto todas las ilusiones que había construido con respecto a la vida compartida con Davor, los dos juntos en aquella maravillosa casa. De repente, todos aquellos palacios en el aire habían sido barridos por un huracán de viento ardiente, salido del infierno. ¿por qué la vida podía ser tan injusta?, pensó.

Pero las lágrimas no llegaron a salir, porque de pronto la atravesó el cuerpo entero una sensación más física y mucho más dolorosa que aquella melancolía. Fue como si alguien hubiese pegado a su espalda un hierro ardiendo, un dolor profundo y cortante que de repente la levantó del sofá, y la puso a pegar gritos por todo el salón.

—¡Ay!¡Ay! ¡AAAAAAAAAAAAAAy! —gritaba— ¡Ay!¡Ay! ¡AAAAAAAAAy! ¡Ay! ¡Ay! —y repetía —¡Ay!¡Ay! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAy!

—¡Ana!—gritó Davor corriendo hacia ella— ¿Qué ti pasa?

—¡Mi espalda ! ¡Mi espalda!— dijo ella— ¡De pronto me está ardiendo!

Y raudo y veloz, Davor levantó su camiseta como otras muchas veces había hecho. Pero esta vez no fue para subir amorosamente el camino de su columna vertebral con su lengua húmeda de deseo, sino para quedar totalmente horrorizado. Porque la otrora blanquísima espalda de Ana ya no era tan blanca. Ahora había sido ocupada por una inscripción, desde el cuello hasta la espalda baja. Con letras sangrantes, como si una mano invisible las hubiera clavado con un punzón al rojo vivo. En la espalda de Ana se leía:

 

“PAZUZU OS MANDA SALUDOS”

 

 

(continuará…)

 

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