DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO XV: Un fiestón de los buenos.

Posted by on Apr 14, 2020

 

 

Capítulo 14

 

Un fiestón de los buenos.

 

 

 

La música techno sonaba tan fuerte que se escuchaba en varias calles a la redonda. Por suerte, un gran flanco de la gran casa de muros color café estaba ocupado por un campo de golf, en el cual los únicos que podían ser molestados eran quizá los elegantes pavos reales que lo habitaban por la noche. Pero en los otros flancos había vecinos que, supuso Ana, no debían estar demasiado contentos con el hilo musical que se les había impuesto. Pero fuese como fuese, estaba claro que en aquella casa a la que Karmela había llevado a Ana se estaba celebrando una fiesta de cuidado.

Ana, por supuesto, conocía aquella casa. El hecho de ser hija del constructor de toda la urbanización hacía que ya estuviese de partida bastante familiarizada con la zona, pero es que además aquella casa no era cualquier casa. Karmela la había llevado en su coche, dejando atrás el viento huracanado y alejándose tanto de la casa embrujada que hasta pensó que la estaba engañando y que todo era una broma. Y ahora, al verse a la puerta de aquel lugar en concreto, esa sensación en vez de desparecer se acrecentó.

—Pero esta, esta es la casa de…—dijo Ana con extrañeza.

—¿Tú qué crees, que no sé de quién es esta casa?—contestó Karmela— Sssssh…calla y déjame hacer.

Y acto seguido apretó el botón del interfono, que mientras estuvo apretado interpretó para ellas una pasable versión de la salve rociera estilo MIDI.

—¡Iga! —dijo una voz juvenil tras unos segundos de espera— ¡Ígame!

—Hola, tron —dijo Karmele— Somos dos churris con ganas de marchuki. Nos han dicho que en este kelfo se da el mejor fiestón de la city.

—¡Palante como los de Alicante!—dijo la voz con evidente entusiasmo. Y acto seguido sonó el chasquido de el control abriendo la puerta de metal.

 

Ana y Karmela cruzaron el gran jardín. Por el césped se veían botellas tiradas, bolsas del supermercado y algo a lo lejos que les pareció el cuerpo de una persona derrumbado sobre el césped. Los árboles del jardín estaban cubiertos de tiras de papel higiénico lanzado como serpentinas. Por las ventanas abiertas la gran casa escupía ráfagas de colorido y maloliente caos juvenil. La puerta de entrada estaba estaba abierta y allí no había nadie para recibirles. O más bien había para recibirles una multitud de gente tan grande que hacía morir de envidia a la afluencia de cualquier discoteca de moda. En el amplio hall debía de haber como unas cien personas, bailando al rirmo de la música machacona, y por los pasillos que salían de allí y las escaleras parecía haber más aún.

—¡Uea! ¡Ole lah puretitah kashondah! —dijo un especimen con pelo de cenicero que no debía pasar de los 15 años— ¡Tomarse un kubatita, oño!

—Ey.—dijo Karmela sin mucho entusiasmo —¿Dónde está Kiko? Queremos hablar con él.

—¿Kiko?—dijo el joven mascachapas señalando al fondo de la sala— Ehtah pallá, kon la músikichi.

—Debuti, tron—contestó Karmela —Vamos, Ana allí está.

 

Pero Ana se había quedado fija en el sitio, mirando el imponente retrato que colgaba de la gran pared, justo enfrente de la puerta. En él, una inconfundible figura femenina en traje de volantes sonreía con confianza suprema y miraba al mundo con la barbilla alzada y una caída de ojos que nadie jamás había logrado imitar. Una caída de ojos que había enamorado a todo un país.

—Karmela —dijo Ana— ¿Qué estamos haciendo en casa de Isabel la tonadillera?

—Buf, te creía más enterada, Anita —dijo Karmela empujándola para ponerla en marcha— ¿Tú no has escuchado los rumores? Isabel —dijo señalando al cuadro— y Encarna, la dueña de tu casa, fueron muy amigas. Y cuando Isabel construyó esta casa, dicen que fue Encarna quien puso gran parte del dinero. Y también supervisó las obras. Tanto que hay habitaciones en las dos casas que son exactamente iguales. Tanto— añadió— que hasta dicen que existe un túnel que une las dos casas.

—¿Un túnel?—dijo Ana sin podérselo creer— ¿Pero eso es imposible! ¡De esta casa a la otra hay como 12 kilómetros!

—Ya te he dicho que eran amigas —dijo Karmela sonriendo enigmáticamente— Muy MUY amigas. Mira, ahí está Kiko.

 

Ana y Karmela habían llegado al fondo de la gran sala, en donde, apostado tras dos platos que giraban sin parar, un enérgico adolescente sacaba de los surcos de vinilos la música machacona que estaba sonando. Ana conocía a aquel chaval, como todos los españoles, lo había visto crecer en la pantalla, a lo largo de las entrevistas que los pararazzis hacían a su madre. Aún así, no pudo contener la sorpresa.

—¡Hala!—dijo con su habitual espontaneidad—¡Pero si es Paqui…

—Shhhh—susurró Karmela abriendo mucho los ojos y pellizcándola levemente en la mano— que no le gusta nada ese nombre.

Pero el chaval no parecía haber oído la alusión de Ana, porque en cuanto las vió puso los ojos como platos y con una sonrisa de oreja a oreja dejó los platos para ir a su encuentro.

—¡Otia illo! —dijo— ¡Etoi flipando! ¡La der Hotal Real y la der corasón han venío a mi cá!¡Soy famoso der tó!

A pesar de que, como ella, aquel chaval que no debía pasar de los 15 años pertenecía a la tribu de los conocidos como “famosos”, Ana nunca había hablado con él en persona. Pero sólo hicieron falta aquellas palabras para que de pronto Ana sintiese por él una extraña simpatía. Había algo en su entusiasmo caótico que sonaba sincero y a la vez desesperado, y eso a Ana le gustaba.

—Hola, Kiko. Perdona que nos hayamos colado en tu fiesta, como en la canción de Mecano—dijo Karmela— Pero es que te tenemos que pedir un favor.

—Lo que querái, vamo. Na mái que pedilo— dijo el chavalín sin quitar su sonrisa – Hai rebuíto, güiki, ron pa pará un tren. Y argo de grifa y arguna cosa má, pero yo ahí ya no digo ná, ca uno que je buque lo zuyo illo.

—No, no —dijo Karmela— No va por ahí la cosa. Mira, Kiko. Resulta que Ana está metida en un problema, y tiene que salvar a alguien a quien quiere. A quien quiere mucho.

—Ar Zuke —dijo Kiko— Ar fubolita. ¿A e jí?

—Efectivamente, has acertado —corroboró Karmela— Y resulta que para ello tiene que utilizar el túnel que construyó Encarna para que tu madre fuese a verla. El túnel secreto que hay en esta casa y se comunica con la suya.

—¡Er tune? —dijo Kiko arrugando la frente— Pue ahí igual no pueo ayudaro eh. Yo no conosco ningún tune, mi arma…

—Ya, ya. Ya me lo imaginaba —asintió Karmela— si no no sería un tunel secreto. Pero igual entre todos podemos averiguar dónde está. A ver, Kiko…¿tú te acuerdas de algún sitio en el que tu madre se encerrase durante mucho tiempo y mientras estaba allí fuese como si no estuviese?

—Pue a vé, deame que pienze— dijo el chaval, y de pronto su cara se iluminó—¡Oti claro! ¡Puezo va sé la capillita de la virhen derosío que hay en er zótano!

—¿Hay una capilla en el sótano? —dijo Karmela con interés.

—Caro mi arma! Y ahí se pasaba mi mare zu horita ella sola encerrá. Luego ya dejó de ir tanto, no ze porqué.

—¡Eso es! —dijo Karmela— Kiko, ¿puedes llevarnos a la capilla?

—Ui, noé —dudó el chaval— quezo noe broma eh. Quela blanca paloma mi arma.

—Kiko—dijo Ana de pronto, que no había hablado hasta ese momento— Es por amor. Por amor del de verdad.

 

El muchacho la miró a los ojos, y Ana pudo ver de repente en ellos una bondad que escapaba de cualquier cinismo y cualquier barrera adulta. Con un escalofrío de temor, se preguntó en qué momento había perdido ella aquella pureza en pos de un poder adulto, o si lo había tenido alguna vez.

—Mira, vamoasé una coja—dijo Kiko de pronto— Si e por amo del verdaero o ví a llevá, pero porque me fio de votra y tú mase reí tolaemana con lo der oye bonita shosho, vale?. Pero esoí, ala branca paloma un rehpeto eh. Venga, venirze. ¡Cabra, cohe tu la múica!

 

Y siguiendo a aquel dispuesto chaval, las dos mujeres atravesaron la marea de cuerpos sudorosos y bajaron al piso inferior de la gran casa, en donde la música seguía sonando pero más amortiguada. Justo habían terminado de bajar la escalera cuando Ana sintió que sus tripas rugían con fuerza. Era normal que entre tanta tensión se quisieran liberar.

—Esto…Kiko —dijo tímidammente— ¿Hay algún baño por aquí?

—Ahimimo, illa —contestó el joven— la pue´ tu desha.

 

Y de lo que sucedió tras esa puerta no es necesario describir nada. Tan sólo que cuando Ana salió tras haber perdido un par de kilos, Karmela y Kiko la esperaban frente a otra puerta al fondo del pasillo, más gruesa pero también abierta.

—Akié —dijo Kiko— Pasá y mostrá rehpeto jein.

Cuando Ana entró casi no se lo pudo ni creer. Dentro de aquella habitación había lo que parecía una reproducción perfecta de la capilla del Rocío, con todos los detalles: sus adornos, su reja cerrada, sus arabescos de oro, y enfrente, presidiéndolo todo, una reproducción de la virgen que parecía aún más real y santa que la verdadera.

—Uau —dijo Ana sin poder reprimir la sorpresa.

—E innncrible eh? —dijo Kiko mientras se santiguaba— Puala. Aquí debetá.

—Claro, pero deberíamos mirar bien —dijo Karmela— Hay que abrir la reja y entrar.

—No —dijo kiko— Eho no puejé. La rea no zabre amo.

—¿Que la reja no se abre? —dijo Ana— Pero si en esta parte no hay nada. Entonces, ¿cómo vamos a encontrar el túnel?

—Noé —contestó Kiko – Lúnico e que le pregunta la virhen, illa. Y ziella te quiayudá po labrirá.

—¿Cómo?—dijo Ana sin poder creérselo— ¿que le pregunte a la virgen? ¿Pero cómo le voy a preguntar?

—Po preguntando, cohne. Cómo vazé preguntá. Preguntando amo. Pregunta, pregunta…

 

Ana se giró y contempló la imagen que le sonreía con toda la serenidad. Lo primero que sintió fue un atisbo de ridículo por ponerse a hablarle a una figura inerte, pero luego recordó que aquello no se diferenciaba tanto de cuando le había tocado presentar las galas de nochevieja, y hablar con Doña Rogelia o con Monchito, los muñecos que usaban los divertidos ventrílocuos. Anda, si hasta había podido hablar por teléfono con el mismo Ronald Reagan, recordó después, y si aquel no estaba más disecado que la imagen que tenía delante ella no se llamaba Ana. Así que sólo tuvo que sacar de nuevo su desparpajo. Y si la cosa no salía, pues al menos tendría otra anécdota que contar.

 

—Hola, Rocío. Roci. Te puedo llamar así, ¿no? —dijo todavía con voz titubeante— Mira, no sé si me conoces. Soy Ana, la del Hostal Real, y la del qué te apuestas, y la de muchas cosas más. Bueno, yo a ti sí te conozco, aunque la verdad es que no hablo mucho con tus familares, con los de arriba, ya sabes. Pero bueno, al grano, que me lío. Que el caso es que te he venido a pedir un favor, un favor muy importante. Es que resulta, virgen, que me tengo que enfrentar a un demonio, uno de los peores, para salvar al hombre que más quiero. Y para llegar hasta allí, pues sólo puedo hacerlo por el túnel que hay escondido aquí, se supone. Y pues no sé, que como los demonios digo yo que son enemigos vuestros, de los de arriba, y que estáis de parte del amor y la bondad, pues igual me puedes ayudar, no sé.

Ana paró de hablar y todos guardaron silencio. Nada sucedió: A través de las paredes seguía llegando la música machacona de arriba. Su primordial desparpajo no parecía estar haciendo efecto, pensó Ana. Pero a lo mejor podía salir por otro lado más fructuoso.

—Bueno, y yo qué sé— dijo de repente – Que además si me ayudas te prometo que a partir de ahora iré a misa por lo menos…tres veces al año.

De pronto, toda la casa pareció temblar un poco. Arriba la música se hizo más fuerte y desde aquella sala los tres sintieron cómo los asistentes a la fiesta empezaban a corear la canción que sonaba y a marcar su ritmo con patadas en el suelo. Pero no era suficiente, Ana lo supo bien.

—Vale —dijo— Cuatro veces al año…sin contar las de Navidad.

Fue todo lo que hizo falta. No había terminado de decir las palabras cuando la música de arriba alcanzó un subidón y los golpes se hicieron más fuertes, y con ellos la imagen de la virgen tembló y con ella todo el altar, y al hacerlo, de pronto se abrió una pequeña sección que quedaba a su derecha, a la que podían llegar pasando la mano por la reja, y apareció tras ella un pequeño compartimento en el que había una palanca.

—Toma ya! —dijo Kiko— mu bien illa. La convencío. Ole tú.

—Si es que yo soy convincente como la que más —dijo Ana mientras extendía su brazo y activaba la palanca.

 

Sólo hizo falta moverla un poco. De pronto con una vibración metálica la reja se fue retirando hacia un lado y al mismo ritmo la imagen de la virgen se movió para dejar ver bajo ella un hueco cuadrado con escaleras que bajaban.

—¿Lo tenemos! —dijo Ana con entusiasmo— ¡Gracias, kiko!¡Gracias, Roci! ¡Vamos, Karmela, no queda tiempo!

Pero Karmela no hizo acto de moverse.

—Vamos no —dijo sonriendo— Vas tú. Yo ya he cumplido mi palabra. Al final de este túnel está la casa. Ya no tengo por qué seguir.

 

Ana se quedó mirando a la terrible mujer. Era cierto lo que decía, no tenía por qué acompañarla. Pero sin embargo al pensarlo no pudo evitar sentir cierta pena. A pesar de que la había odiado con todas sus fuerzas, Ana no era rencorosa, y en el corto tiempo de aventura que habían compartido incluso había llegado a sentir por ella cierto aprecio.

—Bueno—dijo— Entonces, gracias. Supongo que tras esto volvemos a ser enemigas.

Ambas mujeres se miraron fijamente, con una mirada cortante que mantuvieron durante varios segundos. Una mirada que era imposible de descifrar del todo.

—Sí, dijo Karmela—supongo que sí. Pero no te olvides de la exclusiva.

Y luego se giró.

—Kiko, vámonos. Oye ¿que decías de lo de servirnos lo que quisiéramos?

—Ezo nai ma que decirlo, illa…

 

Y así Ana se quedó sola de nuevo. Mirando al pozo que se abría ante ella, la escalera que bajaba hacia la oscuridad. Ahora sí que ya no había barreras ni excusas. La virgen le había ayudado,  el bueno de Kiko la había ayudado. Incluso la deleznable Karmela había puesto su granito de arena para que ella pudiese llegar hasta allí. Pero todas aquellas ayudas se habían terminado. Ahora volvía a caminar sola.

 

Y allí, al final de aquel agujero, estaba esperando su destino.

 

 

(Continuará…)

 

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