DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO XIV: Un viaje peculiar

Posted by on Apr 13, 2020

 

Capítulo 13

 

Un viaje peculiar.

 

 

La calle estaba fría cuando Ana puso sobre el cemento de su acera sus decididos zapatos de tacón, y enfundada en aquel mono ajustado de leopardo recorrió el camino que la separaba de la carretera general. Teniendo en cuenta que Davor había dejado su coche en el garaje de la casa diabólica y que para regresar allí junto al padre había cogido el suyo, eso la dejaba sin posibilidades de transporte, pero eso desde luego no iba a ser ningún problema para ella, máxime cuando iba enfundada en aquel uniforme salvaje.

Con decisión giró la barandilla de protección y se situó en el lado de la carretera. La noche era gélida y soplaba un viento helado que parecía haber mantenido a todo el mundo en sus casas, porque por aquella ruta normalmente bulliciosa, apenas pasaban coches. Y los que lo hacían parecían ir pensando solamente en llegar lo más rápido posible a sus hogares, y no miraban al lado de la carretera.

Sin dejarse amilanar, Ana compuso su postura más guerrera e intentó parar a los pocos que pasaban haciéndoles señas. Pasaron uno, dos, tres, sin éxito. El cuarto pareció que aminoraba la marcha, pero sólo era para gritarle “¡oye, bonita, chocho!” y volver a acelerar. Hubo un quinto y un sexto que ni la vieron. Y súbitamente el séptimo, que parecía que iba también a dejarla atrás, quedó parado de repente en seco con un chillido de neumáticos y luego retrocedió unos metros para ponerse al lado de ella. Cuando la ventanilla bajó, Ana sintió cómo la alcanzaba una oleada de olor a ambientador de pino y anís del mono. Por el casette sonaba una vieja canción de Juanito Valderrama.

—Oye, guapa…¿cuanto…—dijo una voz masculina, pero de repente se paró en seco— ¡Ostia, pero si tú eres…

—Sí, sí, soy yo, ya ya— contestó Ana agachándose para hablar a través de la ventanilla abierta— pero escucha: lo siento por haberte hecho pensar que yo era…bueno, ya sabes. Pero no. Pero escucha, porque esto es más importante. Necesito que me dejes tu coche.

 

En ese momento Ana se fijó bien en el hombre al que estaba hablando. Era un hombre bajito y calvo, de aspecto obeso y sudoroso, no tenía pinta desde luego de ser alguien capaz de enternecerse con los buenos propósitos. También notó que mientras ella le hablaba, él había ido tensando la pierna para irse a la mínima. Pero Ana tenía claro que aquella era su única oportunidad, no iba a tener otra.

—¡Espera hombre, espera! —dijo, fijándose en la foto que tenía el hombre en la guantera— ¡mira, escucha! Tú tienes hijos, ¿no?. Por eso los tienes ahí en la foto.

—Sí—dijo el hombre tras dudar, y entonces Ana pudo ver cómo la tristeza invadía su mirada, y supo que de ahí podía tirar.

—Pues imagínate…imagínate que te los quitasen. Que te los arrebatasen de tus manos, y una fuerza malvada se los llevase de ti. ¿Te lo imaginas?

—Pues claro que me lo imagino—contestó el hombre con lágrimas en los ojos— Si es que se me los han llevao. La madre. Su madre que me se los ha llevao y no me deja verlos. Dos años hace que…

—Sí, sí. Pues eso —lo cortó Ana— Pues imagínate que tuvieses una oportunidad de recuperarlos. De recuperarlos y de paso de darle a esa fuerza malvada su merecido. ¿no lo harías?

—Anda que no —contestó el hombre apretando fuerte los puños sobre el volante, tanto que primero enrojecieron y luego se pusieron blancos.

—¡Pues eso es lo que me pasa a mí! —dijo Ana— ¡me han quitado a alguien que quiero…que quiero tanto como a un hijo! ¡Y mi oportunidad de recuperarlo es que tú me dejes tu coche y vuelvas a casa en metro…y luego yo te pago el viaje!

Hubo un silencio total. El hombre miró a Ana fijamente durante varios segundos en los que sólo se escuchó el tic tac del intermitente.

 

—Pero vamos a ver —dijo después— Eso ¿a cambio de qué?

—¿Cómo que a cambio de qué? ¡Pero si no llevo nada!

—Bueno—dijo el hombre— tampoco hace falta que lleves nada. Tú…tú vas vestida así, y tampoco te cuesta tanto hacerme una mamaí…

—¡Sí, bueno, lo que me faltaba! ¡Pero qué te has pensado tú!¡que te he dicho que es por una buena causa, hombre!

—Por la causa que sea —dijo el hombre – sin mamaílla no hay coche.

Ana lanzó un chasquido de fastidio. ¿cómo era posible que la gente fuese tan egoísta? En la misma situación ella no hubiese dudado ni lo más mínimo en darle su coche a cualquiera que lo hubiese necesitado para lo que fuese, y mucho más si era por una causa como la suya. Pero aún había otra opción.

 

—Diez mil pesetas —dijo Ana de pronto.

—No me parece mal precio —dijo el hombre sacando la cartera del bolsillo.

—¡No, idiota! —gritó Ana— que te doy diez mil pesetas a ti si me dejas el coche.

El hombre valoró la oferta unos segundos.

—¿Y si me das cinco mil y te piensas lo de…

 

La mirada con la que Ana le respondió fue tan gélida que hizo que en comparación el viento frío de la noche pareciese brisa del caribe.

 

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Minutos después Ana conducía a toda velocidad por la autopista del norte de Madrid. Tras mirar el reloj, calculó mentalmente que podía estar en la casa diabólica en menos de media hora. Aún no tenía plan para cuando llegase allí, pero si algo había demostrado a lo largo de toda su carrera era que se le daba más que bien improvisar.

Acelerando por una M—30 casi vacía iba mirando de vez en cuando a las ventanas encendidas de las casas, preguntándose para sí cuantos de los ocupantes de aquellos hogares estarían quizás pensando en ella, envidiando su vida de éxito. Qué poco podían imaginarse que aquella mujer a la que todos sin duda situaban en aquel momento en un lugar paradisíaco y lujoso, estaba cruzando la autopista, más cerca de ellos de lo que pensaban. Sin casi proponérselo, Ana imaginó con una risilla que quizás algunos, de forma telepática, sintiesen de pronto mientras ella pasaba una punzada de desazón a la que no sabrían darle origen. En aquel momento difícil y tenso, su fantasía seguía ayudándola como la había ayudado siempre. Pero ya no era momento para fantasías, estaba ya muy cerca. Como una exhalación torció en la circunvalación y dejando atrás la autopista encaró la entrada de la lujosa urbanización. El guardia de la entrada arrugó su nariz al ver el destartalado coche.

—¡Lo siento, pero no se puede…!—gritó haciendo aspavientos mientras salía de su garita.

—¡Soy yo, soy Ana!—dijo Ana bajando la ventanilla— ¡Vivo aquí, voy a mi casa a enfrentarme a un demonio sumerio!

—¡Ah, Doña Ana! —dijo el guardia—No la había conocido así vestida, y con este coche. ¿Dice usted que va a su casa? No será a la casa que comparte con el Suker, ¿no?

—Sí, sí. A esa—asintió Ana— Tengo que llegar cuanto antes.

Pero el guardia torció su boca y la miró con el ceño arrugado.

—Pues va a estar complicada la cosa—dijo muy circunspecto.

—¿Cómo que “complicada”?—dijo Ana con extrañeza—Mi padre construyó esta urbanización. Este maravilloso y exclusivo trozo de tierra es como mi propia casa. Es imposible que ir a mi casa esté “complicado” para mí.

—No, no—contestó el guardia mostrando las palmas de las manos— Si no es por mí. Por mí adelante hasta la cocina, vamos. Pero es que hay un tornado.

—¡¿Un…tornado?! ¡¿Cómo que un tornado?!

—Lo que oye, Doña Ana —contestó él— Es que hoy han pasado cosas muy raras. Primero llegaron su novio…el Suker…y un curita, en coche los dos. Me saludan. Zas. Y luego, un poco más tarde, empezaron allegar taxis, como veinte o así. Y cada uno de ellos llevaba dentro…bueno…un pedazo pibón que ni te lo crees. Y así como hace media hora, pues empieza un tornado. Un tronado, doña Ana, como lo oye. Y ahí sigue, ahí sigue girando y no tiene pinta de acabar pronto. Desde aquí no se ve bien, está oscura la noche. Pero pase a la garita y mire, mire…

Sin poder creerse lo que escuchaba, y pensando que el hombretón se habría fumado quizás varios canutos para entretenerse, Ana salió del coche y entró a la garita del guardia, en la que varios monitores de circuito cerrado mostraban la vista de las diferentes cámaras situadas en las calles de la urbanización.

—Mire: esa, esa y esa de ahí lo están captando a pie de calle, pero no se ve bien  qué es —dijo el guardia señalando uno por uno los monitores—. Pero se ve del todo en el general, en ese.

Y era verdad. Lo único que se veía en los primeros era un muro blanco que parecía cortar el paso de las calles que mostraban, pero debido tanto a la oscuridad de la noche como a la baja calidad de las cámaras, podía tratarse de cualquier cosa. Pero el último no dejaba lugar a dudas. Se trataba en este caso de una cámara situada en una de las gigantes antenas que proveían a la urbanización de su servicio telefónico, y tenía por tanto una vista perfecta de los privilegiados techos del lugar. Y en esta noche fría, como si fuese una torre bailarina, salía hoy el tubo ventoso e inmenso de un huracán gigante que no hubiese desentonado en cualquier desierto texano.

—¿Lo ve?—dijo el guardia—Yo tengo que estar aquí vigilando y no he podido acercarme, pero tiene toda la pinta de estar justito, justito encima de su casa. O sea, que lo de llegar allí, pues no sé yo…

—Peroperopero…¡Esto no puede ser!—dijo Ana sin poder creérselo—¡Un tornado!¡Un tornado!Pero…¿hay un tornado en plena Moraleja y tú te quedas aquí sin hacer nada?

—Hombre, Doña Ana. Que yo soy el guardia de la puerta—dijo el guardia—.A mí me pagan por estar aquí. Mire que si voy y descuido esto y se cuela cualquiera que no debería…

—¿Y no ha venido nadie a decirte nada? ¿Nadie ha salido a avisar?

El guardia se encogió de hombros.

—No…

—¡Maldita sea!¡Maldita sea!—gritó Ana entonces al cielo—¿Es que no me vas a dejar en paz, demonio?

Pero daba igual, porque no dejó ni tiempo a que el demonio diese la mínima respuesta. Sin decir nada más apretó ella misma el botón que subía la barrera y acto seguido corrió de nuevo al coche destartalado, con el que desapareció en las lujosas fauces de la urbanización tras un chirrido de neumáticos. El guardia se quedó aún mirando la calle por la que había desaparecido, y luego miró al cielo como intentando ver la estela del extraño fenómeno atmosférico.

—O sea, que esto lo ha hecho un demonio, ¿no?—dijo rascándose la perilla— Pues oye, no lo voy a negar. Ese demonio es un auténtico pedazo de cabrón.

 

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 Diez minutos después Ana paró el coche en seco a tres calles de la suya y contempló con sus propios ojos el fenómeno. Y tuvo que abrirlos y cerrarlos varias veces e incluso pellizcarse para asegurarse de que no estaba alucinando. Pero no lo estaba. Las cámaras de seguridad le habían dicho la verdad. La calle en la que se encontraba se encontraba cortada, y no precisamente por una barrera o una barricada. Unos metros más adelante de su coche, surgía del mismo suelo un tornado irreal, igual que los que había visto muchas veces en películas o documentales de la naturaleza. Una cola gigante y terrible de viento furioso que nacía del suelo y como una planta malvada se perdía en la oscuridad de la noche. Pero era imposible. La noche estaba fría pero tranquila, y mientras conducía nada había indicado que aquel fenómeno atmosférico se estuviese dando tan cerca. Pero allí lo tenía. El tornado cerraba toda la calle y se perdía lateralmente en los acaudalados jardines que la flanqueaban. Y lo curioso era que las casas que tocaba no parecían estar afectadas por él. Era como si fuese sólo un espejismo puesto allí para asustarla. Al ver su forma, Ana corroboró que el epicentro de aquella aberración era sin duda la casa, y también que cualquier calle que tomase para intentar llegar iba a estar también cerrada por él.

—No vas a poder impedírmelo, maldita —dijo Ana mientras aceleraba y lanzaba el coche hacia el viento rugiente.

 

Descubrió muy pronto y por las malas que su coche no era como los setos del jardín de sus vecinos. Apenas el morro del automóvil tocó el huracán, sus ruedas se levantaron del suelo y empezó a temblar. Al alzarse comenzó a dar vueltas y chocar contra los jardines de los lados. Ana tuvo la visión suficiente para abrir la puerta y lanzarse del auto justo cuando éste perdía del todo el control y salía despedido. Ana cayó contra el suelo con un quejido, y desde allí vio cómo el coche salía volando, pasaba por encima del muro del jardín de su izquierda y se estrellaba contra el tejado de la impresionante casa que había detrás, dejándolo totalmente destrozado. Ante tales destrozos, Ana se consoló pensando que con toda seguridad aquella casa sería una de las muchas que se mantenían vacías en aquella época para ser alquiladas en verano a los millonarios extranjeros. O no. La verdad, le daba igual. Ella tenía en aquel momento muchos más problemas que un tejado roto.

—¡No!¡No!¡No puede ser! —gritó con desesperación desde el suelo. Luego corrió intentando que el tornado no la levantase, hasta llegar a una zona donde el viento remitía. Allí recuperó su respiración y valoró las posibilidades.

 

Estaba claro que no había manera de llegar a la casa. Aquel maldito demonio no quería que llegase, y había puesto todo su poder en ello. Y estaba claro que casi iba a conseguirlo. Desde arriba, el gigantesco tubo de viento parecía reírse de ella con su ulular constante. No puedes, no puedes llegar, decía. Ana golpeó muy fuerte el suelo con sus zapatos de tacón. ¿Cómo era posible atravesar aquella tormenta? Ni siquiera ella con su ingenio era capaz de hacerlo. ¿Quién podría? ¿Quién podría ser tan diabólicamente listo como para encontrar una ruta?

De pronto le vino la luz a la cabeza. Una idea. Una idea loca. Tan loca que incluso podía funcionar. Para poder llevarla a cabo iba a tener que dar mucho de sí, pero por Davor lo que fuese. Ana se giró y caminó hasta la calle de atrás. El lugar estaba vacío y silencioso, tan solo se escuchaba lejano el aullido del viento huracanado.

—Karmela —dijo Ana en voz alta —sé que estás ahí y que puedes oírme.

 

Nadie contestó. A lo lejos maulló un gato. Hubo un leve chasquido de madera en el seto de su lado izquierdo.

—Lo digo en serio, Karmela —repitió— Si sales, estoy dispuesta a ofrecerte un trato que te puede venir muy bien.

Hubo unos segundos de silencio, pero de pronto un ruido llamó la atención de Ana. Era una risilla floja y aguda, igual que si una rata afilase sus dientes sobre un hierro oxidado. Venía del seto en donde había sonado el ruido. Ana fijó su vista y vio cómo una parte del seto se desprendía y avanzaba hacia ella. Sólo que no era una parte del seto, comprobó de pronto. Era la mismísima Karmela con la cara pintada de verde y marrón y vestida de camuflaje.

—Vaya vaya —dijo la horrible mujer, más horrible aún en su disfraz—espero que no sea una de tus trampas, Ana.

—No lo es, te lo juro —dijo Ana muy seria— Sabía muy bien que ibas a estar ahí. Ha quedado claro que siempre estás ahí grabándome. Pues vale, quiero decirte que no hace falta que me sigas más. Si me ayudas te concederé una entrevista en exclusiva, en la que me podrás preguntar lo que quieras y te diré la verdad.

La cara de Karmela cambió al oir aquello.

—No te creo —dijo tras pensarlo un instante.

—Te lo juro —dijo Ana— que me muera ahora mismo si no es verdad.

Ambas mujeres esperaron unos segundos, y como después de ellos Ana seguía viva, quedó confirmado el juramento.

—Y dime…¿En qué te puedo ayudar, querida? —dijo Karmela salivando ya ante el jugoso trato.

—Pues mira: No sé si lo has visto pero hay un huracán que me está impidiendo llegar a la casa que tengo con Davor, y tengo que llegar. Pero el huracán rodea la casa entera y no hay manera de atravesarlo.

—Ajá. Ya, pero ¿y yo qué tengo que ver en ésto?

—Pues mira: quiero que te imagines que tú estás delante de ese huracán, y que yo estoy en casa, y que tú quieres llegar allí para grabarme a pesar del huracán. ¿Cómo lo harías?

La cara de Karmela se contrajo pensando en el asunto. Pero pronto, muy pronto, volvió a relajarse y una sonrisa diabólica la ocupó.

—¿Librar el huracán y entrar en casa? —dijo— Vaya. Vaya vaya vaya.

Y luego hizo una pausa volviendo a relamerse de nuevo.

—Ana, querida mía—añadió después—Y yo que pensaba que me ibas a pedir algo difícil.

 

(Continuará…)

 

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