DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO XVIII: Un golazo en tiempo de descuento.

Posted by on Apr 17, 2020

 

Capítulo 18.

 

Un golazo en tiempo de descuento.

 

—Solas. Solas por fin— repitió con un graznido la horrible y cortante boca del pájaro negro— Solas y sin anillos de oro de por medio. No sabes cuánto he esperado este momento.

Su voz sonaba como un graznido, sí. Pero también era a la vez la voz de Encarna. Utilizando sus diabólicas artes el avieso demonio había poseído a su propio avatar,  al pájaro que días antes había sido la detestable mujer de negro. Aunque sólo la había conocido estando poseída, en aquel instante Ana recordó muy bien su su repugnante olor, sus rasgos insultantes, el demencial resplandor de fuego fatuo de sus ojos , y sintió cómo la invadía un espasmo de repugnancia. Pero respiró hondo y mantuvo la compostura. Había hecho una promesa y no era ella quien fuese a romperla.

—Bueno, jeje—dijo fingiendo una sonrisa— no es la clase de cita que me hubiese gustado para esta noche, pero supongo que servirá. En peores plazas he toreado…

—¡SILENCIO!—la cortó la voz aguda del pájaro—No rompas este momento, Ana. Este fantástico momento en el que tú y yo, por fin y sin barreras, nos uniremos. Nos uniremos en una sola. ¡Si! ¡SSSSSSSSSS!

Y tan rápido que Ana no pudo ni preverlo, lanzó sus dos brazos—alas hacia ella y con fuerza le agarró los brazos abriéndolos en cruz, tanto que la levantó del suelo e hizo que todos sus huesos crujieran. El traje de Sonsi que llevaba se desgarró por varias de sus partes, cosa que hizo que la mirada del pájaro agarrase nuevas cotas de locura y depravación.

—¿Sabessss?—susurró— A veces me cuesta controlar la fuerza…me pierdo, Ana, me pierdo. Y no porque yo no sea una señora, pero es que…hija mía. Podría desagarrarte entera, ahora mismo. Podría despedazarte…arrrghhh…me daría tanto placer.

—¡Encarna!—gritó entonces Ana sintiendo cómo el dolor la hacía crujir — ¡Encarna! ¡Si aún queda algo de tí ahí dentro, debes resistirte! ¡Yo te vi, te vi en una imagen del pasado! ¡Sé que luchaste contra el demonio, que intentaste repeler su posesión! ¡Ahora es el momento de que lo hagas! ¡Encarna, escúchame!

 

Al escuchar aquellas palabras, aunque pareciera del todo imposible, Ana sintió cómo la fuerza que el pájaro ejercía sobre su cuerpo se reducía. Por un momento aquellos ojos taimados la miraron con extrañeza, como preguntándose qué pasaba, y Ana en ese momento acarició aunque fuese sólo un segundo una pequeña esperanza. Pero de pronto la luz de la locura volvió a iluminar sus cuencas y el pico se abrió hacía atrás como impulsado por un satánico muelle.

—¡JAJAJAJAJAJAJAJA! —reía la risa inmisericorde de Encarna, la cual Ana alguna vez había escuchado a través de las ondas de radio, siempre sintiendo un escalofrío al hacerlo—¡JAJAJAJAJAJAJAJA! ¡Pobre, pobre inocente! ¡O sea, querida mía, que te creíste aquella pequeña pantomima! ¡Aquel sainetillo! ¡JAJAJAJAJAJA! Pero por favor…pobre niña. Pobre, pobre niña. A Pazuzu le gusta jugar con sus presas antes de cazarlas, querida niña…y para poseerte encontró más fácil lograr que simpatizaras conmigo, que no me rechazases al entrar, pensando que yo también era una víctima…pero esperaba más de ti, Anita. De verdad. ¿En serio pensaste que aquella vieja llorosa era yo de verdad? ¿Que yo era así de débil, de pobrecita, de ñiñiñiñiñí? ¡JAJAJAJAJAJAJA!

 

Ana no podía creerse las palabras que salían de la boca del pájaro.

—¡Mientes!¡Mientes, demonio! ¡Encarna nunca fue como tú dices! ¡Fue dura, y fue severa, sí! ¡Pero también fue una señora! ¡Nada que ver con un demonio inmundo como tú!

—¿Nada qué ver? —repitió la voz de Encarna con sorna— Sí, quizás hubo un tiempo en el que Encarna, en el que yo, desconocía aún mi legado, mi unión. Pero eso no quiere decir que no estuviese ahí. Y en cuanto me uní con Pazuzu lo entendí. Yo soy de Pazuzu, y lo fui siempre. Jamás ha habido ser de carne más apto y perfecto para ser habitado por él. Dejarlo entrar fue como encontrar todo lo que había buscado en la vida. Estaba ahí, en el nombre, desde siempre. Encarna. Directamente, Encarna. ¿Es que no lo ves, niña?

Y mientras lo decía iba acercando su pico cortante hacia la boca de Ana, lentamente pero sin pausa, haciendo que sus duros contornos sirviesen de cuña para abrir su boca.

—¿Es que no lo ves? ¿no lo ves?

Ana quiso gritar, pero ya no podía, de pronto tenía la boca tan abierta que las comisuras empezaron a sangrarle, y sintió cómo de lo más profundo de la boca que la estaba besando salía un aliento infernal que la hizo estremecerse con sudores fríos. Por el rabillo del ojo observó cómo el pájaro hacía una señal con su ala, e inmediatamente sonó un agudo grito a sus espaldas, y el chapoteo del metal atravesando la carne. Y luego otro grito. Y otro. Está matándolas, pensó Ana. Esta sacándoles el corazón a las chicas del suelo. Pero aquella era la menor de sus preocupaciones.

 

—¡No lo ves! —gritó el pájaro haciendo temblar sus tímpanos—¡YO SOY PAZUZU HECHO CARNE! ¡YOSO PAZU CHOCÁ! ¡YOSÓ PAZÚ CHOCÁ! ¡YOSÓ PAZÚ CHOBRAAAAAAAAAAAGH!

Su última frase se había transformado en un grito gutural que penetró dentro del tembloroso cuerpo de Ana como si este fuese un diapasón gigante. Y Ana, de pronto, se dio cuenta con toda certeza de que no era que tuviese miedo, era mucho peor. En ese momento, el miedo la tenía a ella. Cualquier posible o mínima seguridad en sí misma que hubiese podido sentir se había esfumado, y ahora aquella aguerrida mujer que se había hecho a sí misma y construido una carrera tan sólo con el trabajo de sus manos desnudas volvía a ser una niña asustada, que lo único que quería era esconderse bajo la cama y llorar. ¿Cómo podía haber sido tan tonta?, pensó. ¿Cómo había podido pensar que había alguna esperanza? Ahora dentro de sí todo era negrura, y ante aquella negrura era mucho mejor abandonarse, dejarse ir, arrojar su alma por la boca de aquel pájaro gigante. Mientras sentía cómo toda su vida y luz la abandonaban, Ana tuvo un último pensamiento. Un plan. En algún momento había tenido un plan sobre aquella situación. Pero no recordaba. No recordaba. Ahora sólo importaban aquellos ojos que la miraban fijamente mientras devoraban su ser. Aquellos ojos…

 

PUM, sonó una explosión húmeda, tan lejos que Ana pensó que la soñaba. Pero de repente algo húmedo salpicó su cara, y con gran sorpresa notó que el pájaro retrocedía y su pico salía de su boca, hasta dejarla respirar. Y a su espalda pararon los gritos. Ana volvió en sí, y recordó de pronto todo. Ante sus ojos vidrioso, la cara del pájaro estaba de pronto cubierta de un líquido transparente y viscoso, que parecía escocerle como si se tratase de ácido sulfúrico.

—¿QUÉ….?—gritó con una voz que era medio Encarna medio cotorra enfurecida —¿Qué..

Pero no pudo terminar. Se escuchó de pronto otro PUM más fuerte que el anterior a la vez que, esta vez sí, Ana pudo ver perfectamente cómo una bomba de color verde explotaba contra el cuerpo huesudo del pájaro llenándolo del mismo líquido pringoso que tanto daño le acababa de hacer. El pájaro gritó de nuevo sin entender qué estaba sucediendo. Pero a Ana no le había hecho ni falta probar el sabor dulzón de aquel líquido para comprender de qué se trataba. Sí, el plan había funcionado. Davor había entendido. Lo había entendido, y había sido capaz de recuperar de aquella casa infernal los únicos objetos cargados de un amor tan grande como para poder hacerle daño al mismo demonio. Y Ana, que había estudiado teatro en el mismísimo Actor`s Studio de New York, sabía muy bien cómo denominar a aquella aparición.

—Toma melonazo de Chejov —dijo sonriendo de oreja a oreja. Y luego añadió—Puta.

Y acto seguido le dió al pájaro tal empujón que lo mandó contra la pared, haciendo que toda la casa temblase. Hubo otro PUM certero que causó otro chillido agónico del pájaro mientras Ana se giraba orgullosa hacia su amor.

 

Y así era. En la entrada del salón, radiante como salido de una gesta épica, estaba Davor. El mismo que había goleado tantas veces a tantos equipos rivales. Y ahora afrontaba el desafío de su vida. Porque ahora no jugaba por fama, ni por dinero, ni por un futuro para su familia. Ahora jugaba por el amor de su vida, por la mujer que amaba más que su propia existencia. Y el rival no era ningún equipo de fútbol, sino un enviado del mismísimo infierno. Tras él, crucifijo en mano e invocando a los más altos poderes, venía también el Padre Pilón. Y a su lado, cubiertos por las sombras de la habitación, habían regresado también tres hombres malvados metidos bajo tres capuchas. Pero ahora sus malvados fines se quedaban un poco de lado ante un rival más malvado aún.

—Melón —dijo Davor sin ninguna duda en su voz.

 

Y a su orden, uno de los tres hombres encapuchados lanzó al aire otro de los melones que aquel agricultor de Sevilla le había regalado, y que Davor había guardado con tanto amor. La esfera verde hizo un arco en el aire, tan lentamente que a Ana le pareció que el tiempo se paraba. Pero antes de que chocase contra el suelo, la pierna derecha del crack la golpeó tan fuerte que cruzó la habitación con un silbido galáctico y fue a estallar con otro PUM contra el ala izquierda del pájaro, que se fue atrás con un estallido de plumas.

—¡Ana!—gritó Davor— ¡Corre aquí!

Ana ni se lo pensó. Quiso tomar la dirección hacia su amor, pero cuando quiso hacerlo el pájaro lanzó su garra y la agarró por la pierna. Ana cayó al suelo cubierto de sangre, y al girarse se encontró de nuevo con los ojos anegados en locura del pájaro, que decidió concentrarse en ella a pesar del dolor.

—¡Cómo te atrevesssss!—gritó la voz de Encarna— ¡Cómo te atrevesss, mindundi, medianía, pocacosa! ¡Matadlo, hijas míassss! ¡Desstripadlo!

—Melón—dijo de nuevo Davor sin inmutarse, y otro nuevo impacto fue a estallar contra el pájaro, que retrocedió de nuevo con dolor.

—¡Matadlo! ¡Dessstripadlo! ¡Acabad con él!

 

A su orden, algunas de las niñas que sujetaban los cuchillos hicieron un ligero ademán de moverse, pero ninguna dio más de un paso en su dirección. Muertas o no, poseídas por el poder demoníaco o no, eran chicas jóvenes, y el espectáculo de aquel hombre atlético y desnudo chutando con tanto poderío las tenía clavadas en su sitio. A ellas y a las cautivas, a las que no parecía importarles que varias de sus compañeras acabasen de ser asesinadas brutalmente, y observaban con silbidos de admiración cada una de las evoluciones del futbolista. Toda la sala observaba ahora con admiración a Davor. Y en la siguiente ocasión en que encajó otro melonazo en su diana, incluso alguna muerta viviente soltó el cuchillo y aplaudió con timidez.

—¡Vamos, Ana, vamos!—gritó Davor.

 

Al ver que su amada tenía difícil acercarse, Davor había llegado corriendo hasta donde estaban. Y con él, el Padre y los tres malvados hombres que llevaban encima el resto de melones. Desde ya casi al lado del altar, Davor chutó un último melonazo de chilena que impactó al pájaro en la cabeza, y lo hizo golpearse contra la pared. Impactada, la imposible ave se deslizó lentamente hasta el suelo y allí quedó hecha un guiñapo, reducida hasta más de la mitad de su tamaño. Sin decir, palabra, Ana miró al más alto de los tres hombres y éste la pasó el último melón que llevaba en la mano. Ana lo levantó por encima de su cabeza con las dos manos. Al verlo el pájaro lanzó un triste graznido mientras la miraba con ojos llenos de lágrimas. Pero de nada servía ponerse suplicante ahora. Sin pensar, Ana impactó todo el peso del melón sobre la cabeza del pájaro y este quedó inmóvil tirado sobre el suelo.

—¡Está muerto, ahivalaostia! —vitorearon los tres hombres encapuchados mientras improvisaban los pasos de una danza popular de su tierra—¡Lo ha matao! ¡Menudo melonazo que le ha metido, cagonlaleche!

 

—¡Ana!¡Ana! —dijo Davor mientras se dirigía corriendo hacia ella— ¡Iscosiente colestivo no pudo con nosotros! ¡Hemos ganado!

Pero Ana no respondió a su abrazo con todo el abandono que la situación requería. Estaba tensa, con todos sus músculos aún firmes.

—No—le contestó a Davor muy secamente—No hemos vencido. Este pájaro servía al demonio, el demonio lo poseyó…pero en los últimos golpes ya no era él. Encarna…Pazuzu…o quien sea…se había ido ya. Y eso quiere decir que sigue aquí. ¡Padre! ¡Y vosotros! ¡Hay que liberar a esas chicas!Y tenemos que largarnos antes de que sea capaz de reaccionar…¡vamos!

 

Así que sin pensarlo el grupo corrió a liberar a las chicas que quedaban vivas, las cuales agradecieron su gesto con amables ráfagas de “Qué fuerte” y “qué fuerte, tía”.

Pero apenas terminaban de liberar a la última cuando se quedaron clavados en su sitio contemplando el retorcido espectáculo que de pronto ocupó su visión.

Cómo decirlo.

 

Las muertas vivientes, que hasta ese momento habían estado mirando la escena sin saber que hacer, soltaron de pronto sus cuchillos a la vez. ¡Ana! ¡Ana! gritaron todas. Y de repente sus ojos mostraron un miedo que Ana no había visto jamás, un miedo que dio paso a una risa diabólica que helaba la sangre. Y entonces vino lo más raro. Su carne descompuesta se descompuso más. Y todas ellas se derrumbaron como un puzzle arrojado al huracán, dejando sólo varios montones de carne maloliente en el suelo. Pero lo más raro vino ahora. Ante los atónitos ojos de Ana y su grupo, toda aquella carne comenzó a moverse, igual que si se tratase de un hormiguero en marcha, y rápidamente recorrió el camino que la separaba del centro de la sala, donde todos los trozos de carne se juntaron de pronto formando un gran trozo. Una masa amorfa de carne muerta que se agitó, y tembló. Y que creció, y creció, hasta convertirse en un cuerpo gigante, un cuerpo de varios metros de alto, hecho de carne negra y maloliente. Y si algo era reconocible en aquel cuerpo de golem gigante, era la mirada loca que brillaba en su gran cabeza. Eso y la voz altiva que les habló a continuación.

 

—Mierda—dijo Ana sin poder contenerse.

—Hola, pequeños—dijo la voz de Encarna multiplicada por cien— ¿De verdad os pensábais que ibais a salir así como así? ¿Que ibáis a escapar tan fácilmente de una señora tan grande, tan de categoría, tan de altura como yo? Qué ingenuos…

 

(Continuará…)

 

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