DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO I: Una nueva casa

Posted by on Mar 24, 2020

 

 

Capítulo 1.

 

Una nueva casa.

 

 

 

—¡Esto es fantástico! Maravilloso! ¡Increíble! ¡Tanto que hasta me quedo sin adjetivos!

 

Ana corría por las habitaciones de la gran casa haciendo que su larga melena rubia reluciese con el sol radiante que entraba por los inmensos ventanales. Estaba tan feliz que hasta parecía que en vez de correr estuviese bailando, por tal como daba cada movimiento con elegancia y belleza. Sus largos años de entrenamiento como bailarina en Londres no habían sido en vano. Además, sus ojos que ya de por sí eran alegres brillaban tanto que parecían capaces de deslumbrar.

 

—¡Davor, dime que esto no es una broma, y que de verdad has comprado esta casa para que vivamos los dos!

 

Davor entró detrás de ella en la amplia habitación que daba al jardín. A pesar de que él también era un gran deportista, se movía de manera mucho más lenta y cautelosa, como si continuamente demostrase la estrategia e inteligencia que demostraba en el campo de juego. Mirando fijamente a Ana, le devolvió una sonrisa más sincera y brillante aún que la que ella le había regalado.

 

—No, Ana. No broma. Esta casa tuya y mía de verdad. Para siempre.

 

Ana asintió que las palabras se le quedaban cortas, así que lo único que pudo hacer fue lanzarse volando, muy grácil, a través del aire hasta caer sobre Davor en un gran abrazo tan grande como su amor. La joven pareja se mantuvo allí en silencio, sintiendo cómo sus corazones latían muy fuerte. Afuera los pájaros cantaban y una suave brisa movía las hojas de las palmeras, y ellos dos eran la pareja más de moda y más top del país entero. Ella, actriz de moda, presentadora de raza y mujer de negocios que poco a poco y desde cero había sabido convertir su nombre y figura en una franquicia millonaria. Y con la carrera de biología, además. Él, el futbolista más querido y admirado del mejor equipo de la liga nacional, el glorioso y siempre invicto Real Madrid. Eran jóvenes, eran millonarios y se querían. Y ahora iban a tener el lugar perfecto para vivir aquel amor de cine.

 

—Soy tan feliz que podría morirme ahora mismo—dijo Ana.

 

Davor asintió en silencio y sonrió. Sabía muy bien que Ana se merecía aquella felicidad que estaba sintiendo, y el hecho de que fuese él quien se le estaba proporcionando le hacía sentirse orgulloso de sí mismo. Mucho más que si hubiese marcado el gol más importante de su vida. Porque él sabía muy bien que su amada había sufrido mucho, y que a pesar de proyectar aquella imagen de triunfo, su vida sentimental había distado mucho de ser tan completa como lo era su vida profesional. Rupturas, infidelidades y traiciones habían ido ensombreciendo poco a poco su bello corazón hasta hacerlo casi inmune al amor.  Claro, Ana se entregaba siempre al amor tan sincera y auténtica como era siempre y eso hacía que cuando las historias se venían abajo, toda ella sufriese el golpe como si fuese un cuchillo en su corazón. Además, para más inri, la única vez que de verdad había encontrado un amor correspondido y destinado a durar, la tragedia la había golpeado más fuerte aún, llevándose aquel amor al otro mundo para siempre. Pero ahora no era momento de pensar en aquello.

 

Cogidos de la mano, la joven pareja había llegado al piso de arriba, en donde Davor abrió una puerta que daba a una amplia habitación, desde la que se veía la piscina, aún vacía por estar en invierno.

 

—Mira, Ana —dijo— Si tú ves bien, me gustaría que esto fuese despacho para mí y sala entrenamiento. Ya he puesto los 24 melones.

 

Efectivamente, depositados en el pulidísimo suelo de parket, Ana pudo ver los 24 melones que siempre acompañaban a Davor, viviese donde viviese. La primera vez que los había visto, cuando después de su primer y apasionado encuentro en su amplio apartamento del centro de Madrid él le preguntó si le podía enseñar la cosa más importante que poseía, y abrió el armario para sacarlos, ella lo miró como si se hubiese vuelto loco. Pero él pronto le explicó la razón por la que siempre tenía cerca aquellas grandes y redondas piezas de fruta.

Davor había venido a España desde su Croacia natal, cortando en seco su carrera deportiva en el Dinamo de zagreb debido al estallido de la guerra de los Balcanes. Tras llegar, había comenzado desde cero jugando en el Sevilla, en donde lo había dado todo hasta lograr hacerse con el corazón de la difícil afición andaluza. Y en la temporada 92—93, mientras la ciudad vibraba con el esplendor de la Expo, había logrado la eclosión: nada más y nada menos que 24 goles en toda la temporada. Una cifra tan exitosa que un campesino sevillista le había regalado un melón de los que cultivaba por cada uno de los goles con los que les había regalado. Aquella temporada había supuesto el triunfo total del joven deportista. A partir de ahí el Real Madrid había puesto sus ojos en él, y le había permitido unirse a la mejor plantilla de Europa, y vivir con todo tipo de lujos en la capital del país, aceptado como un español más. Y desde entonces, aquellos 24 melones que significaban el triunfo se habían quedado con él.

—Pero, hace años que los tienes—le había preguntado Ana días después, cuando la duda la había asaltado—. ¿Es que no se pudren?

—Cada uno que se pudre yo tiro y sustituyo por otro nuevo —había contestado Davor sonriendo—. Porque no importa melón, sino amor. Melones símbolo de amor.

Y Ana había entendido entonces que debía comprender y respetar aquella costumbre tan extraña. Después de todo, gracias al triunfo que aquellos melones representaban, Davor había llegado a su vida y la había llenado de luz. Y por tanto también aquellos melones simbolizaban el amor que ellos dos se profesaban.

 

Juntos siguieron recorriendo  las distintas habitaciones de la mansión, imaginándose como lo decorarían a su gusto hasta hacerlas suyas y convertirlas en su hogar. Acabaron en la entrada, frente al gran espejo que cubría toda la pared.

 

—Esto es lo que menos me gusta—dijo ella—. Este espejo deberíamos moverlo. No queda bien tener el espejo justo enfrente de la entrada.

—Sí —dijo Davor—. Yo intento pero difícil. Espejo está intruscado en pared. Dueña anterior quería que estuviese ahí, y difícil quitar.

—¿La dueña anterior?—dijo Ana interesada—¿Y quién era?

—Yo no sé. Locutora radio. Muy conocida. ¿Cómo era? Carne. Carna. No recuerdo.

—¡Halaaa!—dijo Ana abriendo mucho sus bellos ojos— No me lo puedo creer. Era la casa de Encarna.

—Si, eso. Carna —dijo Davor.

—Pobre. La conocí. Fue una mujer dura, con mucho carácter. Trabajó mucho. Murió aquí, sola. Da un poco de pena, la verdad.— Y luego recordó con una sonrisa— Supongo que debemos tener cuidado y no decir “empanadilla”.

No había terminado Ana de decir la palabra y un estallido de cristales rotos los sobresaltó. Corriendo bajaron al salón del gran ventanal, donde observaron que una de las bombillas del cuadro de luz había estallado.

—Vaya—dijo Davor— .Lus vieja. Habrá que cambio. ¿Pero qué desías empanilla?

—Nada, una tontería. Unos humoristas de aquí le hicieron una parodia, hace mucho. Era una mujer que la llamaba, y confundía su nombre y le acababa llamando empanadilla en vez de Encarna. La gente se quedó con eso y la llamaban así, a ella creo que no le hizo mucha gracia.

—¿Encarna empanilla?¿Ellos ríen señora enferma?—dijo Davor muy serio— No entiendo grasia.

—Eran graciosos—dijo Ana— yo trabajé con ellos presentando la gala de nochevieja varias veces. Luego también se metieron conmigo bastante. Me imitaban diciendo “qué pava soy”, y cosas así.

 

De pronto los rasgos amables de Davor cambiaron y se volvieron angulosos y duros. El croata era un hombre justo y no soportaba que alguien se metiera con las buenas personas a las que amaba.

 

—Ana —dijo muy serio— Si tú quieres yo mando gente conosco a romper piernas de ellos. Meterse contigo ninguno.

—Aaay, Davor. No —dijo Ana— Gracias pero no. Yo estoy por encima de esas cosas, y tú también deberías estarlo.Tanto Ana como Davor eran personas muy espirituales. No en vano se habían conocido en el Buda Bar.

—¡Por cierto! —dijo ella acordándose de repente— que me ha sido imposible conseguir ningún ejemplar del “Hola” de esta semana. No sé qué pasa, que han desaparecido todos de los kioskos. Jo. Quería tenerlo de recuerdo. Habíamos salido tan guapos…

 

Era cierto. A pesar de que Ana detestaba todas las revistas del corazón, en aquel odio había una sola excepción, y esa excepción era la revista “¡Hola!”. Frente al vulgar tratamiento que las demás revistas del colorín hacían de la vida de las celebridades, la revista hola siempre mostraba un respeto y cuidado impecables, tanto en la redacción respetuosa de sus textos como el la finísima elección de las fotos. Y esa misma semana, resultaba que la revista los había elegido a ellos dos como portada, para dar buen ejemplo de su felicidad juntos. Ana había buscado la revista por toda la ciudad, pero el buscado ejemplar parecía haber desaparecido.

Al escuchar aquello, el gesto de Davor volvió a cambiar, y de la dureza de antes dejó paso a la sonrisa picarona de niño travieso que a Ana tanto le gustaba.

 

—¿Qué?—preguntó ella—¿Qué pasa? ¡Davor, sabes que no me gusta que te pongas misterioso!

—Nada—contestó él sin dejar de sonreír—Ven. Ven conmigo.

 

Juntos se dirigieron a la escalera que aún no habían utilizado, la que se dirigía al amplio sótano de la casa, que la antigua dueña había convertido en una bodeguilla flamenca a la que no le faltaba ningún detalle. Pero ahora los farolillos estaban apagados y el polvo que cubría el suelo de la estancia indicaba sin lugar a dudas que hacía tiempo que allí no se bailaba ninguna sevillana. Davor encendió la luz sin quitar aún el gesto de misterio y Ana observó que el gran cuarto estaba lleno de cajas de cartón. Todas iguales, y tantas que apiladas llegaban casi hasta el techo.

 

—Tú abre —dijo Davor— Aquella está abierta.

 

Con mano temblorosa, sin imaginarse aún que sorpresa le tenía allí guardada su amor, Ana metió la mano en la caja, y a oscuras palpó la plastificada e inconfundible textura que sólo da el papel del colorín. Sin aún creerselo sacó de la caja un ejemplar del “¡Hola!” de esa semana, en cuya portada ella y Davor sonreían llenos de felicidad sin filtros. Luego, sin aún ser capaz de asumir lo que veía, volvió a meter la mano y sacó otro ejemplar exactamente igual, y otro, y otro.

 

—Pero, Davor…¿qué…?

Veintisincomil Holas —dijo él sonriendo— Yo he comprado. Quiero enviar uno a cada vesino de mi pueblo en Croasia. Para que compartir ellos nuestra felisidad.

—Davor…yo…

 

De repente las lágrimas le brotaban de los ojos. Ana no podía evitar pensar en todas aquellas gentes del lejano país de Davor. Todas aquellas gentes que habían pasado por una guerra terrible, una guerra que les había quitado lo más básico y para las que Davor quería hacer el gran regalo de mandarles un trozo de felicidad. Muchas páginas de colorín que les hablasen de una vida mejor, donde la gente se amaba, donde los enamorados les compraban a sus amadas casas tan impresionantes como aquella. Que les hablasen de que un mundo mejor que el suyo era posible.

 

—Davor, eres…eres la mejor persona del mundo —dijo Ana sintiendo cómo temblaba su voz. Pero para no parecer una tonta volvió a cambiar su gesto por uno acusador y picaruelo a la vez—. Pero cómo te gusta acumular cosas iguales, ¿eh?. 24 melones…25.000 holas.

—Ahora sólo me intresan otros melones. Dos —dijo Davor volviendo a lucir su sonrisa de pillo mientras se acercaba a Ana.

—Jajaja ¿ves cómo sí que entiendes el humor español?—dijo ella sintiendo cómo el amor iba dejando paso poco a poco al deseo.

 

Esa noche Ana y Davor hicieron el amor furiosamente sobre el colchón de la planta de arriba. Como dos enamorados jóvenes y atléticos se devoraron en mil posturas durante tanto tiempo que hasta olvidaron donde acababa el cuerpo de uno y empezaba el de la otra. Al alcanzar el último de los incontables éxtasis, Ana lo sintió. La sensación que la casa le transmitía, aquella que se mezclaba con la que Davor le proporcionaba, una sensación arrebatadora y potente que sólo se podía definir en tres letras.

 

—Paz…—susurró Ana antes de caer sobre el colchón con el cuerpo empapado de dulce sudor.

 

En el momento en el que la dijo, en un compartimento secreto, no muy lejos de la bodeguilla en la que Davor guardaba las 25.000 pruebas de su felicidad, una vieja grabadora de casette que llevaba años escondida se puso en marcha sin que ningún dedo pulsase su tecla de play. Y de su pequeño altavoz surgió la voz lejana de una adolescente de 19 años que hacía tiempo que había desaparecido de la faz de la tierra. “Díganossss, Rrrrocío”, decía ”he notado que en su último dissssco ha dejado que a su habitual repertorio de copla se añadannnn otros palos como el de la sevillana o la bulería ¿a qué se debe esssste cambio?”

Pero de pronto la voz de la cinta cambió. Se hizo más acuciante, más urgente. Y también con más miedo, y con un tono que Ana y Davor nunca llegarían a escuchar dijo algo que les hubiera ayudado sobremanera de haberlo escuchado.

 

“Tenéis que salir de ahí. Huid. Huid cuanto antes”

 

“Antes de que ella venga…”

 

 

 

 

 

 

 

(Continuará…)

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