DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO II: Un día de trabajo.

Posted by on Mar 25, 2020

Capítulo 2—

 

Un día de trabajo.

 

 

Al día siguiente Ana acudió al trabajo con una sonrisa de oreja a oreja, y con un cutis tan brillante y terso que hasta parecía que hubiese rejuvenecido 20 años y tuviese 5 de nuevo. En aquel momento Ana, que era una actriz experimentada y curtida que había estudiado en el Actor´s de Nueva York, tenía un papel de máxima importancia en la serie más vista del país, una divertida comedia sobre la vida en un humilde hostal y los extravagante personajes que lo poblaban. En ésa serie, ana había tenido ante sí uno de los mayores desafíos interpretativos de su carrera, al tomar el papel de una joven prostituta de lengua afilada y carácter franco y directo. Sorteando gracias a sus tablas el peligro de caer en la vulgaridad o la caricatura gruesa, Ana había logrado capítulo tras capítulo construir un personaje entrañable y profundo, y había logrado con él que en todos los hogares del país se repitiesen las frases características del personaje, como “oye, bonita” o “oye, chocho”.

Pero tampoco olvidaba que ella no era la estrella del show. Ese honor, Ana lo tenía claro, recaía sobre Lina, que interpretaba a la entrañable protagonista: una mujer de mediana edad que se mudaba a la capital desde provincias, y que a todos hacía reir con sus confusiones y su inocencia. Y cuando decimos que hacía reír, no nos referimos sólo en la ficción. Porque Lina era una de las actrices cómicas con más solera de la escena patria, que había hecho caer de la risa a millones de plateas con sus divertidas obras de teatro, trabajar con ella siempre significaba sorpresas y carcajadas. Lina tenía tantas tablas que nunca podía privarse de hacer sorprendentes improvisaciones y salidas de guión que siempre pillaban a sus compañeros con la guardia baja. Y cuando eso sucedía, nadie se veía capaz de no dejar escapar la mayor de las carcajadas. Había que reir. Ya lo decía la gran Lina “si alguien no tiene sentido del humor, no puede trabajar aquí”. Y por eso cada vez que la gran dama de la comedia soltaba un chascarrillo todos se doblaban de la risa, con tanta intensidad como si les fuese el trabajo en ello.

 

La mañana de rodaje fue dura. Era el penúltimo capítulo antes de la gran final de la serie, y todas las enredadas tramas que se habían desarrollado a través de las cuatro temporadas empezaban por fin a confluir hacia el final que los millones de espectadores esperaban: El personaje de Lina se acabaría casando con su interés romántico desde el principio, u apuesto e interesante hombre del cual la experta y fina mano de los guionistas se había empeñado en apartar durante más de cincuenta capítulos. Y que nadie se crea que llegar al final feliz iba a ser un camino de rositas, que todavía antes de el feliz desenlace esperaba más de una sorpresa. Y claro, para que la tensión funcionase como tenía que funcionar, todo el equipo debía dar lo mejor de sí, toma tras toma. Aquella mañana, Ana sudó como nunca el traje de leopardo que caracterizaba a su personaje, pero todo el esfuerzo tuvo una vez más sentido cuando tras decir el último “corten”, el público que observaba la grabación en directo obsequió a todo el equipo con el más cálido de los aplausos.

Por el rabillo del ojo, mientras saludaba, Ana observó que en un lado del escenario, los mozos del equipo corrían nerviosos de aquí para allá, en comunicación constante con extraños hombres vestidos de negro y con gafas de sol que parecían observar a todos lados.

 

—¿Qué pasa?—susurró Ana al compañero que tenía al lado— ¿Quién es esa gente?

—Pero…¿no te acuerdas, Ana?— le contestó él— Son guardaespaldas. Hoy viene a visitarnos la ministra de Cultura.

 

¡Vaya ! Recordó Ana con un chasquido de fastidio. Era cierto que se lo habían dicho, pero entre tantas emociones con la nueva casa se le había olvidado. Y ahora eso sólo significaba que no podía irse corriendo tras el rodaje como había planeado. Pues vaya faena. Si precisamente hoy había quedado de pasar por la casa de sus padres, y luego había quedado con Davor para cenar en su restaurante preferido…

Tan fastidiada estaba que, mientras que la Ministra iba lentamente haciendo su ronda de saludos y manteniendo unas palabras con cada uno de los actores y actrices del equipo, no pudo evitar que medio en broma medio en serio le saliese la voz chulesca y cheli de su personaje en la serie, y que dijese en voz alta:

—Oye, bonita, chocho, a ver si te me das prisa que yo tengo a varios clientes esperando fuera y las facturas no se me pagan solas, nena.

 

Todo el mundo guardó silencio en cuanto la escucharon y vieron que los guardaespaldas se giraban hacia el foco de voz y se ponían tensos. A esas alturas ya estaban acostumbrados a la espontaneidad y frescura de Ana, pero decir aquello delante de la mismísima Ministra de Cultura quizás era ya demasiado y podía traer consecuencias no deseadas.

Pero la ministra resultó ser una mujer de lo más simpático, que lejos de enfadarse con el comentario, respondió con una risita y se dirigió hacia Ana con tranquilidad. Era bajita y menuda, y al tenerla cerca y ver su cara, Ana se dio cuenta de que no tenía que temer ninguna reacción desagradable por su parte.

—Jaja —dijo la ministra— Qué graciosa. Tú debes de ser Ana. Ya veo que eres tan lanzada como tu personaje.

—Pues sí, señora —contestó Ana siguiendo un poco la broma— Pero es que me tengo que ir, que tengo a mi novio esperando. Así que si me quiere  ver usted, tendrá que ser en la portada del Hola.

—Uy, pues eso va a ser difícil. Te aseguro que yo me leo la revista todas las semanas, no me pierdo ni uno, ya que como ministra debo estar enterada de todo lo que pasa. Pero no sé que sucede esta semana que no hay ni un ejemplar en todo Madrid.

—Uuuuy…no sé qué será—dijo Ana sin poder contener la risa.

—Me parece a mí que tú sabes algo de esto, pillina —dijo la Ministra sonriendo de lado.

 

Así que Ana no tuvo otra opción que explicarle a la Ministra la anécdota de los Holas, y como Davor había comprado todos los de Madrid, no sin después prometerle que si pasaba por su nueva casa, estaría encantada de darle uno de los ejemplares del sótano firmado especialmente para ella. Antes de dejarla marchar, la Ministra prometió pasarse pronto por la maravillosa mansión, para merendar y charlar de cosas importantes. A Ana le hubiese gustado quedarse más, porque aquella simpática mujer le había caído muy bien, pero lo cierto era que tenía pendiente otra merienda mucho más importante para ella.

 

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En la gran casa de sus padres, la muchacha había preparado galletas de jengibre hechas a mano y traído bollos de crema de la pastelería preferida de Ana. Y mientras el humo de un exquisito té de Ceilán bailaba sobre la mesita del salón, su madre, Doña Ana, se ocupaba de que todo sobre la en la estancia estuviese perfecto.

—Virtudes, mueve el centro de mesa un poco hacia la derecha—le decía a la muchacha— que así la luz realzará más el color de las orquídeas.

—Sí, Doña Ana—contestó Virtudes, la muchacha colombiana, apresurándose a cumplir la orden.

—Pues hija, qué quieres que te diga —continuó luego dirigiéndose a su hija— me parece perfecto que te mudes con Davor, y sobre todo que lo hagas aquí cerca. Ya ves que todo acaba volviendo a esta urbanización querida nuestra. No, Virtudes —añadió— tan a la derecha no. Un poco menos.

—Sí, Doña Ana—contestó Virtudes cumpliendo con lo que Doña Ana decía.

 

Y era cierto que el hecho de que Ana fuera a vivir en la misma urbanización representaba para la amable señora mucho más de lo que podía parecer a simple vista. Porque se daba el caso de que toda aquella extensión de edificaciones que las personas más ricas y pudientes del país habían convertido en su hogar, había sido puesta en marcha por el mismo padre de Ana, Don Antonio. El mismo que en aquel momento, en el gran sillón de la salita escondía su cara tras las páginas del periódico ABC. Él había sido el visionario capaz de convertir un trozo de erial de la estepa madrileña en el pedazo de tierra más valorado del país, aquel en el que todos soñaban con poner sus pies.

—Sí, mamá. —contestó Ana tras dar un trago del delicioso té— Es una casa genial. Os va a encantar. Es súper—luminosa y muy amplia. Y además Davor la compró súper—barata.

—Ah, pues mucho mejor. Es que últimamente está el precio de la vivienda que no se puede con él. Más a la izquierda, Virtudes. Y dime ¿dónde está la casa en cuestión?

—Pues muy cerca, mamá— contestó Ana, y acto seguido le dijo la dirección exacta del lugar, sabiendo muy bien que su madre conocía cada rincón de la urbanización como si fuese su propia casa.

—Ah—dijo Doña Ana al escucharlo, y Ana vio perfectamente cómo su rostro se ensombrecía. Fue como si un ángel oscuro echase sus alas de repente sobre el acogedor salón, tanto que hasta los pétalos de las orquídeas parecieron palidecer.

—Mamá—dijo Ana alarmada—¿Qué pasa?

—Nada, hija, nada. —dijo Doña Ana intentando recomponer el gesto— Es que esa casa que me dices…es la que fue la casa de Encarna.

—Sí, ya lo sé. Pero…¿qué problema hay con eso? Seguro que también ha sido la casa de mucha más gente…

—Sí, hija. Pero es que Encarna murió ahí, sola y de mala manera. Y después de que la casa quedase vacía, toda la gente que ha querido comprarla se ha echado atrás, porque dicen que han vivido…no sé como decirte. Fenómenos extraños.

—Eso son tonterías, Ana—dijo la voz de Don Antonio detrás de las páginas del periódico.

—¿Fenómenos? —dijo Ana sintiendo más curiosidad que inquietud— Pero ¿qué tipo de fenómenos?

—Pues no sé, hija. Sensaciones. Voces. Movimientos. Cosas así. Casi igual que si la presencia de Encarna no hubiese abandonado la casa. Como si se resistiese a marcharse de allí.

—Tonterías— repitió Don Antonio.

—Ah, pues muy bien—dijo Ana divertida— Entonces por el mismo precio de la casa tendremos un fantasma. Nos la vigilará contra los ladrones.

—Ana, hija. No hagas bromas con eso.—y luego recapacitó— Aunque bueno, la verdad es que lo más seguro es que no sean más que habladurías. Pero bueno. Si te parece haremos una cosa, que es mejor asegurarse: Voy a llamar al Padre Pilón, que sabe de este tipo de cosas, para que se pase a hacer una inspección, y se asegure de que no hay nada.

—Pues genial—dijo Ana— Aunque la verdad es que preferiría tener fantasma a no tenerlo. ¿te imaginas la envidia de los vecinos?

—Sí, jajaja—respondió doña Ana alegrando de nuevo el gesto— Ahí, Virtudes, ahí. Ahí lo tienes perfecto. Gracias.

 

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Esa noche, tal y como Davor le había prometido, la joven pareja fue a cenar al Txistu. Era la ocasión perfecta para celebrar el estreno de su nuevo hogar, y también para estar juntos antes de que Davor la dejase sola por un par de días para concentrarse con sus compañeros de equipo y jugar el partido del domingo. Aquel restaurante era sin duda el preferido por todos los jugadores del Real Madrid, que no se perdían oportunidad de reunirse para disfrutar de sus carnes a la piedra y sus generoso chuletones. Pero también, en ocasiones más recogidas, era el lugar perfecto para tener una cena íntima con una persona querida y disfrutar juntos del acogedor ambiente. Aunque Ana no era precisamente fan de la carne medio cruda, también aquel sitio le gustaba por sus ricas ensaladas de vegetales frescos. Además, al terminar la cena todas las mujeres recibían una planta de regalo, y teniendo en cuenta todo el espacio que les quedaba por llenar en la nueva casa, aquella planta venía más que bien.

Mientras degustaban los aperitivos, Ana le contó muy rápidamente a Davor todo lo que le había pasado a lo largo del día, la visita de la ministra, la merienda con sus padres. Y también, cómo no, la sorprendente historia de la presencia fantasmal de la casa.

—Ah, si. si. Mucho curioso —dijo Davor con desinterés— ¿no bebes tu champán?

 

Era muy extraño, pensó Ana. Davor parecía más nervioso de lo normal, y demasiado interesado en que Ana bebiese de la copa de excelente champán francés que habían pedido. ¿Que podía pasarle?. Bueno, concluyó. El fútbol es así, y los futbolistas también. Demasiadas presiones y demasiada competitividad hacían que tuviesen días raros. Y si aquel era uno de ellos, pues allí estaba ella para alegrarlo con su desparpajo.

—¿Te imaginas tener un fantasma en casa? Jajajaja. Así cuando nos viniese una visita pesada sólo tendríamos que sacarlo…y listo! ¡Solos otra vez! Jajaja. Y hablando de fantasmas—dijo señalando a una mesa del fondo del local— parece que hasta nos hayan seguido hasta aquí. Mira.

 

Y era cierto. En la mesa del fondo, casi fuera de su ángulo de visión, había tres hombres de lo más extraño. Vestidos de negro y sin hablar entre ellos, los tres tenían su cara cubierta por un trapo blanco, al que le habían recortado dos triángulos para los ojos, dejando lo que parecía una mirada  de lo más amenazante. Y para más extrañeza, los tres tenían coronando sus cabezas una boina grande, de ala muy ancha.

—Ah, qué tonta— dijo Ana—pero si ya casi es Halloween. Seguro que tienen alguna fiesta después. ¡Hola, señores fantasmas! —gritó hacia su lado levantando la mano. Pero ninguno de los tres extraños hombres se inmutó.

—¡Qué sosos! Espero que el nuestro sea más gracioso, porque si no…

—Ya, ya…—dijo Davor nervioso— Pero…¿no bebes champán?

—¡Ay, pero qué pesadito eres con el champán!—dijo Ana levantando la copa delante de su cara— ¿quieres que beba champán? ¡Pues me lo bebo, hala! A ver si luego callas un poco…

Y de un trago se bebió toda la copa.

 

Davor puso los ojos como platos al verlo. Ana no entendió qué pasaba hasta que, al querer echar el gran trago garganta abajo, notó que algo duro se le quedaba atascado. Extrañada, volvió a tragar con fuerza, pero el objeto no se movió lo más mínimo. Quiso tomar aire, y al hacerlo notó que tenía el conducto obstruido, no podía respirar, y al querer decírselo a Davor, que la miraba con cara de terror, se dió cuenta de que tampoco podía hablar. Sintiendo cómo su cara enrojecía, Ana golpeó la mesa con su puño y se puso de pie. No sabía muy bien lo que pasaba, pero fuese lo que fuese no iba a estropearle una cena como aquella. Ni de broma. Apretando muy fuerte los labios, hasta casi ponerse blanca, volvió a tragar, esta vez mucho más fuerte, y con lágrimas en los ojos notó que el objeto se movía levemente hacia abajo.  Cogiendo el borde de la mesa tan fuerte que hasta casi lo levantó, dio un trago final marcando las venas del cuello y notó con alivio cómo el obstáculo era tragado del todo y volvía a dejar espacio al aire, y a su voz.

—¡Uuuuuuuuuuf!—dijo, sentándose de nuevo— Está fuerte el champán, ¿eh?

—Ana. Ana— decía Davor sin creérselo— Tú…tú…tragas…el anillo.

—¿El anillo? ¿Pero qué anillo, Davor?—dijo ella extrañada.

—Yo…yo compré anillo. Anillo para ti. Para pedir boda hoy. Aquí. Anillo…anillo estaba en copa. Y tú…tú…

—Ay madre mía, Davor —dijo Ana— Que me he tragado el anillo con el que me ibas a pedir matrimonio.

—Sí, eso.—dijo Davor sin creérselo aún.

—Uffff.—dijo Ana—Pues entonces vas a tener que esperar a que me salga para el otro lado para volver a pedírmelo, hijo, porque ahora está ya dentro, y bien dentro. Pero chico…¡cómo se te ocurre!. ¡Que los anillos se ponen en los dedos y no en las copas! ¡Mira que puedes ser gilipollas!

 

Y los dos rieron sin poder creerse aún lo que había pasado. Pero quizás no se hubieran reído tanto si hubiesen sabido que aquellos misteriosos tres hombres a los que Ana había confundido con fantasmas, eran en realidad miembros de la organización terrorista más terrible del país, y que no estaban en aquel sitio para disfrutar de las deliciosas carnes a la piedra, sino para vigilarla a ella. Porque sí, era cierto. El objetivo de aquellos tres hombres malvados no era otro que secuestrarla, y muy pronto iban a poner su plan en marcha.

 

 

 

 

(Continuará…)

 

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