CAPÍTULO III: Una sorprendente visita.
Capítulo 3.
Una sorprendente visita.
Al día siguiente, muy temprano, aparcó un poco más allá de la entrada de la nueva casa de Davor y Ana una furgoneta. Cualquiera que la hubiese visto, y hubiese leído las palabras “Embellece Tu Alfombra” que estaban escritas con grandes letras en su exterior, hubiese pensado que se trataba de una empresa experta en sacar el mejor partido de las lujosas alfombras que daban calor y color a los suelos de las grandes mansiones, y jamás hubiese sospechado que en realidad se trataba de la coartada de tres peligrosos terroristas. Pero así era. Resultaba que los tres malvados encapuchados que la noche anterior habían observado a la joven pareja desde lejos estaban hoy allí, al lado de su casa y sin quitarle ojo a la puerta. Ocultos por los cristales tintados de la furgoneta además de por sus aterradoras máscaras blancas, los tres malvados hablaban entre sí con sus voces rudas y cortantes.
—Ahívalaostia, Patxi —decía uno— Pero mira que hemos venido temprano, ¿eh?. Si en toda la urbanización no hay levantao ni Dios.
—Mecagonlaleche, Iosu. —contestó otro— Callate y déjame vigilar, que ya sabes cual es el plan. Hoy vigilamos todas las entradas y salidas y con eso decidimos el mejor momento para pillarla mañana por banda.
—Ostitú—dijo el tercero— pues ya que estamos y tenenos que estar todo el día aquí, pues repítenos el plan, Patxi, y así nos entretenemos.
—Txomin, mira que eres pesao, ¿eh?. Ya te lo he repetido tres veces, pero bueno: Como ya sabes, nuestro plan consiste en secuestrar a la Ana esta de la tele, coincidiendo con que la semana que viene tienen que rodar el último capítulo de la serie esa del hostal. Y como todo el país está pendiente de cómo va a acabar, cuando el capítulo no se pueda emitir se creará el caos total y la violencia estallará en las calles. Y cuando el gobierno esté pendiente de controlar el caos, nosotros aprovecharemos para independizarnos sin que nadie se entere, y cuando se enteren ya será demasiado tarde.
Ambos hombres los tres se quedaron mirando al frente, al sol que asomaba sobre las palmeras del jardín de la gran casa.
—Cagonlaleche— dijo Txomin— El plan perfecto.
—Sí, pero por perfecto que sea un plan es un plan y la realidad es la realidad, cagontó—contestó Patxi— Y para que este plan se haga realidad hay que hacerlo todo bien, coño. Observar bien y no cagarla.
—¡Osti, Patxi!—dijo Iosu— ¡mira, viene un coche!
Los tres hombres se agacharon mientras el largo coche negro aparcaba delante de la puerta, a varios metros de su furgoneta. Tras dejarlo bien aparcado, sus puertas laterales se abrieron y salieron de él dos curiosas figuras que se dirigieron a la puerta.
—Ahivalaostia, Patxi— dijo Iosu— ¿Pero qué coño es esto? ¡Un cura! ¿Qué hace aquí un cura? . Y la mujer esa que va con el me suena también de no se qué.
—Silencio—sentenció Patxi—¿veis? Os lo dije, cagontó. Aquí la sorpresa puede saltar en cualquier momento y mandarlo todo al carajo. Así que hay que observar. Observar y callar, cagonlaostia. Observar y callar.
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—¡Padre Pilón! —dijo Ana contenta al abrir la puerta— ¡Que alegría verlo!
Y no era para menos. Porque, además de ser un gran amigo de la familia, Ana sabía más que bien que aquel hombrecito de gafas y apariencia cómica que lucía su sotana frente a su puerta era uno de los más expertos parapsicólogos del país, quizás el mejor. Y si estaba allí, estaba claro que cualquier presencia fantasmal que hubiese en la casa podía echarse a temblar.
—Querida Ana— contestó el sacerdote— ¿Cómo no venir? Ya sabes el cariño que le tengo a tu familia, y cuando tu madre me llamó para hablarme de este asunto tuve claro que debía venir cuanto antes. Además, mira. He traído conmigo a una gran amiga que nos puede ayudar. ¿conoces a Paloma?
¿Cómo no conocerla? Pensó Ana. Si aquella mujer de aspecto amable que venía con el padre había sido la corresponsal de España en el Vaticano durante muchísimos años, y hasta se decía que tenía línea directa con el mismísimo Santo Padre. No podía haber mejor equipo de cazafantasmas.
—¡Pasad, pasad!—dijo Ana contenta— mientras los guiaba a través del jardín. Perdonad que la casa esté un poco vacía, acabamos de llegar. Mirad, éste es Davor. Davor, estos son Paloma y el Padre Pilón.
—Buenos día—dijo Davor agachando la cabeza ante el padre, ya que también él era un devoto creyente.
—Buenos días, hijo. Encantado de conocerte. Y felicidades por el último partido. Estuviste estupendo.
—jajaja. Qué novedad—dijo Ana— ¿Cuando no lo está? . Pero qué maleducada soy. ¿Queréis tomar algo, un café, un té?
—No, gracias, hija —dijo el Padre abriendo su bolso— si no te importa, me gustaría ponerme inmediatamente con el examen.
Así durante la siguiente hora y media, tanto el Padre como Paloma recorrieron la casa de arriba a abajo, del sótano al desván, mirando todos los rincones y poniendo a funcionar extraños colgantes y péndulos en donde sentían que la energía era mayor. Hmmm. Hmmm. Iba diciendo el sacerdote una y otra vez mientras se acariciaba la barbilla y fruncía el ceño. Ana y Davor los seguían a su paso sin entender muy bien de qué se traba todo aquello, pero sabiendo que era harto importante.
—Bien—dijo el Padre cuando tras hacer toda la inspección volvieron al hall de entrada— Creo que ya tengo mi veredicto.
—Diga, padre —dijo Ana sintiendo cómo el corazón le temblaba.
—Pues he recorrido toda la casa, haciendo las pruebas pertinentes, y no hay ninguna duda. En esta casa hay presencia fantasmal.
Todos los presentes contuvieron una exclamación de sorpresa. Sabían que el padre no era dado a bromas, y si afirmaba aquello era sin duda porque estaba bien seguro de ello.
—Sin embargo —añadió— también tengo claro que es una presencia benigna. Es curioso. He notado varias presencias. Todas ellas inocentes, puras. Casi infantiles. Son bastante fuertes, porque hay muchas.
—Pero entonces…eso está bien, ¿no, padre?—dijo Ana.
—Sí, debería —contestó el Padre— Pero hay, sin embargo, algo más. Algo que no soy capaz a captar del todo. Es como si todas estas presencias tapasen una presencia mayor, mucho más grande e intensa. Tanto que no soy capaz a clasificarla. Lo único que me llega es un palabra. La palabra PAZ. PAZ. PAZ. PAZ, una y otra vez.
—¿Lo ves?—dijo Ana asombrada— ¿Lo ves, Davor? ¡Te lo dije! Yo también lo sentí, padre. Esta es una casa llena de PAZ.
—No lo sé—dijo él aún con el ceño fruncido— Como te digo, soy aún incapaz a definirlo. ¿Tú que opinas , Paloma?
—Padre, yo lo único que puedo decir —dijo la amable mujer que hasta ese momento había estado callada— es que siento en esta casa una fuerza muy parecida a la que muchas veces he sentido en el mismo Vaticano, con el Santo padre. Incluso me huele igual que allí. Pero usted sabe más que yo de todo esto.
—¡Pues entonces no hay más que hablar! —concluyó Ana— Esta es una casa santa, llena de presencias puras y sobre la que manda la PAZ. No se podría decir mejor. Ahora ¿nos tomamos ese café?
—No sé —repitió el padre acariciándose la perilla —No sé.
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Paz. Eso era lo que Ana y Davor querían para ese último día que iban a pasar juntos antes de que él saliese para reunirse con su equipo. Porque aunque fuese sólo una ausencia de un par de días, cuando uno estaba tan enamorado como ellos, las horas separados parecían convertirse en meses, y los días, pues en años. Así que esa tarde libre se dedicaron solamente a estar juntos y a disfrutar el uno del otro, y cuando se cansaron de ello, encendieron la televisión. Davor había encargado que le llevasen a casa un gran televisor último modelo, casi tan grande como la pared del salón de atrás, y sentados en el sofá de cuero que también habían traído hacía poco,esa tarde disfrutaron juntos viendo Pretty Woman una vez más y emocionándose con la bonita historia de amor entre una prostituta muy parecida al personaje que Ana interpretaba y un millonario muy parecido a lo que ellos eran en realidad. Al terminar, los dos con lágrimas en los ojos se abrazaron durante varios minutos, y luego Davor se levantó para ir al baño mientras Ana jugueteaba con el mando a distancia pasando canales. No debió haberlo hecho.
Lo primero que le llamó la atención fue que la gran pantalla había sido ocupada por una imagen que conocía perfectamente. Era la puerta de entrada de su casa. Y luego descubrió con sorpresa que en aquella imagen también aparecía ella misma, abriendo la puerta y recibiendo al Padre Pilón y a Paloma. Con total sorpresa, Ana descubrió que la televisión estaba mostrando una foto de aquella misma mañana, a la llegada de los invitados. Y sobre aquella foto sonaba una desagradable voz, que sonaba punzante y perezosa a la vez.
—Aquí lo ven.—decía la voz— Esta foto la he tomado yo misma esta mañana, en la nueva casa del futbolista Davor, la misma que comparte con Ana. Ahí en la foto ven a Ana saludando al Padre Pilón y a la misma Paloma del Vaticano, los cuales la han visitado esta mañana.
—No puede ser—dijo Ana sintiendo cómo la furia le hinchaba la vena de la frente.
—¿Quí pasa?—dijo Davor volviendo del baño.
—Eso pasa—dijo Ana señalando a la pantalla— Nos han sacado una foto, esta mañana. Mira…
—Pero…¿quién?
—Quién va a ser —dijo Ana con voz fría— Karmela. ¿Quién si no?
Y como respondiendo a su voz, la imagen de la foto desapareció de la gran pantalla y esta fue ocupada por un rostro redondo e irreal, tan extraño que casi parecía de dibujos animados. Sobre él una gran mata de pelos de colores le daban el aspecto de un pequeño troll de plástico que hubiese tomado vida. Y en el centro brillaban dos ojos pequeñitos, pero no por ello más faltos de malicia.
Se traba de Karmela, la reina de la información amarillista del corazón y enemiga acérrima de Ana, que cumplía su cupo de invitada en el magazín de la tarde.
—¿Y por qué han ido a visitar a Ana? —continuó la malvada gacetillera— Pues por algo muy importante. Una exclusiva que desvelaré con todo lujo y detalle en los próximos días pero de la que puedo adelantar esto: la nueva casa de Ana y Davor está encantada.
Todo el mundo en el plató lanzó ohs y gritos de asombro.
—Sí, sí. Está encantada. No olvidemos que esta es la antigua casa de Encarna la periodista, la cual murió ahí sola y llena de odio hacia el mundo. Y se dice que su fantasma aún ronda por las habitaciones. Y es por eso por lo que el mayor parapsicólogo del país ha visitado a Ana y Davor esta mañana. También hay que decir, claro, que al tener fama de casa encantada, Davor ha comprado la mansión por cuatro chavos…
—Basta—dijo Ana mientras apagaba el televisor. Basta.
—Ana—dijo Davor— tranquila. Tranquila. Tú calma.
—Basta, basta. No puedo más —dijo Ana llevándose las manos a las sienes— ¿Por qué, Davor¿ ¿por qué nos tienen que hacer esto? ¿Por qué no pueden dejarnos en paz?
—Ana, no pasa nada. Eso normal. Siempre igual. Gente mierda. Pero no importa. Tú yo enamorados. No importa.
—Sí, sí importa—dijo Ana sintiendo cómo la furia le subía por la garganta— porque yo..Davor…yo…yo soy…
Y de repente Davor notó un cambio en la cara de Ana. Casi imperceptible, como un clic muy leve, pero tras él su voz dejó de sonar afectada y se hizo firme, y la joven actriz alzó la frente con decisión.
—Yo soy una mujer a la que ha crispado siempre la injusticia social —dijo con una voz que no era la misma que hacía un segundo— ¡Desde muy niña! Yo soy la primera en dar un paso al frente y que le partan la cara por defender lo que yo creo que es justo.
—Ana—dijo Davor..¿qué pasa? Tú rara…
—¡Pero ahí van todos contra mí! —lo cortó ella—¡Todos! ¡como fieras! ¡Como alimañas! ¡Braaa! ¡parecen brujas! ¡Todos como locos! ¡Como si yo fuera una terrorista! Charlatanes que quieren ganarse el pan con el sudor de MI frente, no de la suya…
Ana se había alzado del sofá y caminaba por la habitación con seguridad. Si fuese posible, Davor hubiese jurado que a cada una de sus subidas de voz la luz del cuarto crecía en intensidad, como si dentro de la casa se gestase una tormenta en miniatura. ¿Y qué era aquel extraño olor que le llegaba, como de leche rancia?
—Con mala baba…incorrecto…desinformado…—continuó Ana—porque aquí de lo que se trata es de vender morbo. ¡Que se te caen las bragas! —gritó con voz aguda e impostada— Te hacen una foto. ¡Que se te ve la tetilla derecha! Otra foto. ¡Pero qué periodismo es ese! ¡Y que asco y que vergüenza y qué basura! ¡Me dan náuseas! ¡Me dan ASCO!
Y con esta última palabra pareció que la casa temblaba con el sonido del trueno. Ahora ya estaba claro que Ana no era Ana, y que la persona que recorría el salón con aspavientos era alguien más furioso, más peligroso y con mucha más capacidad de hacer daño. Casi como una fiera hambrienta buscando una presa en la noche.
—¡No me gusta este periodismo! ¡lo odio! ¡LO ODIO!—gritó echando espumarajos por la boca— ¡Los mataría! ¡Les diría..irresponsables!¡Injustos!¡Inhumanos!¡Impresentables! ¿Quiénes sois vosotros para hacer tanto daño moral? ¿Yo tengo un fantasma en casa? ¡¿Y tú que tienes?! ¡Y TU MADRE QUÉ TIENE!
Otro trueno con este último grito, y al notarlo, Ana se paró y se quedó mirando al exterior, al jardín donde las nubes grises parecían haber tapado una tarde del todo soleada. Luego se giró de nuevo hacia Davor con una sonrisa tan apretada que sus labios quedaron blancos.
—Aaaaah, jajaja…pero no pasa nada—susurró con una voz que helaba la sangre— porque pronto volveré a sonreir. Porque pronto volveréis a mi encuentro. ¡Pronto podré volver a decir con toda la valentía del mundo…
Y se quedó ahí. Se quedó ahí parada con el dedo levantado, mirando a Davor, que había retrocedido hasta casi llegar a la puerta. Cerró y abrió los ojos, y sacudió la cabeza, y de pronto volvió a ser de nuevo Ana, con su mirada bondadosa y alegre y sus gestos suaves.
—¿Qué pasa? ¿por qué me miras así?
—Ana. Tú. Tú rara—dijo Davor respirando muy fuerte.
—¿Rara? ¿pero por qué? —dijo sonriendo— Sólo te he preguntado si pedíamos una pizza para cenar…
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Esa noche Ana durmió profundamente, como si llevase años sin hacerlo. Y mientras dormía soñó que recorría la casa de arriba abajo, con paso firme y seguro. Y la casa estaba totalmente amueblada, con muebles de calidad y recios, fuertes y fiables como ella. Y fuera de la casa, supo, también todo estaba amueblado, todo en su sitio, donde tenía que estar, esperando para que ella saliese. En su sueño, acabó su camino en el salón, en el cual en vez del gran televisor lucía un gran retrato suyo, un retrato tan grande como sólo era ella, un retrato capaz de hacerle justicia a su altura. Y frente a él, sintiendo el poder infinito que animaba sus venas, Ana terminó en un susurro la frase que esa misma tarde había dejado a medias. Pronto podré volver a decir con toda la valentía del mundo…susurró…
Temblad.
Temblad, pedazo de sinvergüenzas.
Temblad.
(continuará…)