DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO VI: Una llamada telefónica

Posted by on Mar 31, 2020

 

 

Capítulo seis.

 

Una llamada telefónica.

 

 

Ana estuvo pintando todo el día y toda la noche, sintiéndose tan pizpireta y llena de energía como hacía mucho tiempo que no se había sentido. Cuando por las ventanas vio que la luz nocturna iba dejando paso al resplandor diurno, comprobó con satisfacción que ya casi había terminado del todo su obra, y que a falta de un par de pequeños detallitos la casa ya lucía exactamente igual que como ella había proyectado en su cabeza. A Davor seguro que le encantaría.

Contenta y sudorosa, se dirigió a la cocina, en la que la amable sirvienta ya tenía preparado el desayuno: Un corazón de vaca crudo y sangrante acompañado de un gigante vaso de leche espesa y añeja cuyo reconfortante olor se podía sentir en la casa entera. Hambrienta como estaba por el trabajo realizado, Ana devoró el corazón con deleite, sintiendo cómo la sangre le arrollaba mejilla abajo, y sin preocuparse por las apariencias. De pie frente a ella, la sirvienta asintió al verla deglutir el trozo de carne con silenciosa y humilde admiración. Después se tomó el vaso de leche a sorbitos lentos, observando con atención cómo varios pájaros destrozaban un ratón a picotazos en el césped del jardín. El cielo lucía un azul grisáceo que se hacía morado en los bordes, y en la atmósfera de aquella mañana flotaba un calor pegajoso que prometía tormenta más adelante. Las moscas golpeaban frenéticas el cristal sucio del ventanal y toda la casa olía a pintura plástica y a leche rancia. Era una de la más fantásticas mañanas que Ana podía recordar.

—¿Qué va a hacer ahora la señora? —dijo la sirvienta con su voz comedida y chirriante— ¿Quiere que le vaya afilando los cuchillos?

—No, todavía no. gracias —contestó Ana con una sonrisa— ¿Para qué sirve un cuchillo afilado si no tengo dónde clavarlo? Creo que voy a hacer una llamada de teléfono…

 

Así que dejando en la cocina a la enjuta figura negra de la sirvienta, Ana se dirigió a la entrada, en donde estaba el teléfono, momento que aprovechó para comprobar en el espejo de la entrada que su peinado estuviese perfecto, y también para pintar en su cara con la sangre vertida del corazón de vaca algunos extraños signos arcanos que le parecieron de lo más divertido. En el bolso que tenía colgado en la percha buscó su cartera, y dentro de ella una tarjeta que en su momento había guardado sin mucho interés, pero que ahora le parecía de una importancia fundamental. La encontró con un ronroneo de júbilo, y acto seguido marcó en el aparato el número que aparecía en ella.

—¿Sí?—dijo una voz juvenil al otro lado tras un par de pitidos de llamada— ¿quién es?

—¡Hola! —dijo Ana— ¿Eres…? ¿Eres…? ¿Eres…estooo…la chica que trabajó hace tres semanas como figurante con frase en la serie del Hostal?

—No…esa tiene que ser mi hermana…creo —contestó la voz.

—Ah. ¿Y le podrías decir que se ponga, bonita?

—Sí, espera – y Ana escuchó cómo su interlocutora apartaba el auricular y gritaba

—Guillerminaaaaaa! ¡Que te llaman de la tele!

 

Sonaron pasos apresurados al otro lado que se acercaban, y en menos de lo que se tarda en decapitar un murciélago, el auricular fue sustituido por otra voz muy parecida a la anterior, pero algo más ronca y adulta.

—¡Diga! ¡Quién es!

—¡Hooola! —dijo Ana muy contenta—¡Soy Ana! ¡La de la serie del Hostal! ¿Te acuerdas de mí?

—¿Ana?—dijo la voz dudando, y de repente reaccionó— ¡Ana! ¡ANA! ¡Claro, claro que sí! Pero pero…uf…qué…qué fuerte que me estés llamando.

—Bueno, ¿por qué no iba a llamarte, bonita? Me diste tu número…

—Sí, sí. Claro. Pero…no sé. Nunca pensé que me llamarías. Buá. Qué pasada. Pensé que ni te acordabas de mí. Que ni sabías mi nombre, vamos.

—¿Tu nombre? ¿Pero cómo no voy a saber tu nombre…—dijo Ana intentando recordar cómo la había llamada su hermana hacía unos segundos— Guiller…mina? ¿Cómo no voy a acordarme de la figurante con frase que más me ha impresionado en toda mi carrera?

—Uau.¿Dices eso de verdad? Uau—dijo la voz al otro lado con evidente emoción.

—Pues claro. ¿por qué te lo iba a decir si no?¿Y por qué te iba a estar llamando? Al verte decir tu frase quedé impresionada. Tanto que me gustaría que nos viésemos, para ofrecerte un papelito más largo. Y con más posibilidades ¿sabes lo que te digo?

—¡Uau! ¡Esto es muy fuerte! —dijo la chica—¿Pero de verdad? ¿no te estás quedando conmigo?

—Noooo, claro que no, tonta. ¿Puedes venir ahora mismo a mi casa?

—Uy, no. Hoy no puedo hacer nada. Tengo que cuidar a mi hermana —dijo ella con pena— Pero mañana puedo ir a donde sea.

—Hmmmmm….vale. Tendrá que ser mañana, entonces. Apunta la dirección —y tras dársela, Ana añadió— Por cierto, Guillermina, guapa…¿eres virgen?

 

Un silencio total al otro lado. Y la respiración de la aspirante a actriz sonando muy leve.

—¿Por qué…por qué me preguntas eso?

—No, no. por nada. Jaja. Además, ya me imagino que no. Jaja. Nada nada. Una tontería. Nos vemos mañana, ¿ok? Te vienes cuanto antes, sobre las nueve, por ejemplo. Te espero aquí ¿eh? No tardes…

 

Y colgó. Tras colgar, Ana se sintió extraña. No tenía muy clara la razón por la que había hecho esa llamada, pero bueno. Ella era así. Espontánea. Sin saber qué hacer, volvió caminando lentamente hasta el salón mientras admiraba lo bien que había quedado pintado el pasillo, y allí tras remolonear se dejó caer en el sillón y encendió la tele.

Una vez más la pantalla se llenó con una imagen familiar.

Otra vez había en ella una foto de su calle, un poco más allá de la entrada de su casa. Y en la foto se veía a tres hombres encapuchados y con boina que parecían estar intentando meter un bulto en una furgoneta. Por encima de la foto, como no podía ser de otra manera, volvía a sonar la desagradable voz de Karmela.

—Aquí lo pueden ver. Aunque por lo movido de la situación la foto está algo borrosa, eso que ven ahí es el intento de secuestro que ayer mismo sufrió nuestra admirada Ana a las mismas puertas de su casa. Nada más y nada menos que tres hombres de la organización terrorista más temible del país le pusieron una capucha y la intentaron meter en su furgoneta, dejándola luego allí tirada por razones que desconozco. Y recuerden— añadió la voz— que estas fotos las he hecho yo, en persona, para ustedes. Para su información. Porque Karmela no utiliza dobles ni subalternos. Y hay más fotos. En las siguientes podemos ver a Ana quitándose la capucha y volviendo a entrar en casa…

 

Ana ya no escuchaba. Mientras que su rostro volvía a ocupar la pantalla, un pitido inmisericorde había comenzado a atravesarle el cerebro. ¿Qué eran aquellas fotos y por qué ella no podía recordar lo que salía en ellas? Recordaba vagamente la mañana del día anterior. Davor saliendo de casa, y luego alguna visita. Gente hablando. Pero todo era borroso. ¿Qué era aquello que mostraba la maldita Karmela? Una lejanísima voz de niña dijo en su cabeza algo así como “vete de aquí”, pero era demasiado lejana, y además la acalló el sonido súbito del timbre de la puerta.

Confusa y tambaleándose, Ana caminó hasta el telefonillo y preguntó quién era.

—Buenos días. Venimos de “Estructuras, Techados y Apaños”, para hacer la obra del jardín. Nos contrató su marido, señora. ¿Nos puede abrir?

 

Sin entender bien, Ana pulsó el timbre de apertura. Luego, mientras los anunciados recorrían el camino hacia la puerta de la casa, decidió que lo mejor era decirles que se fuesen, y que volviesen cuando Davor estuviese en casa y les pudiera indicar mejor lo que quería. Sí, así ella podría estar más tranquila para dedicarse a lo suyo. Mover la mesa y afilar los cuchillos. Ya tenía preparada su cara de “Uy lo siento” cuando abrió la puerta principal.

Pero lo que se encontró delante de su cara fue el negro agujero del cañón de una pistola.

—Adentro, cagonlaleche —dijo Patxi— Y no te muevas ni un pelo más de lo que te mande o ahora mismo te hago volar los sesos de aquí a Bilbao, ostiaputa.

—¿Pero…pero qué?—dijo Ana sin entender nada, pero cumpliendo rápido con lo que se le había mandado.

Sin decir nada más los tres hombres la llevaron hasta el salón, en el que la sirvienta parecía haberse esfumado. Con las manos en alto, Ana intentó llevar a cabo el protocolo que había visto en las películas.

—No…no hay dinero en esta casa. De verdad. No hay nada que sacar. Si se van ahora mismo no avisaré a la policía, lo prometo. Si ni siquiera he visto sus caras bien…

—Ni irnos ni leches —la cortó el hombre— Nosotros no nos vamos hasta que nos digas de qué nos conoces y por qué sabes nuestro nombres. Venga, canta, cagontó.

—¿Sus…sus nombres? —dijo Ana extrañada—Pero si yo no les conozco de nada. De verdad…

El hombre clavó el cañón del revólver con fuerza contra la sien de Ana, haciendo que ella sintiese todo el frío metálico de la muerte.

—¿Cómo que no! ¿Y por qué los dijiste ayer, eh? ¿Por qué? ¡Que hasta nos hemos enfrentao con el alto mando por esto! ¡Tú sabes nuestros nombres, coño, y hasta que no nos digas por qué no nos vamos de aquí!

—Dejadla en paz, sinvergüenzas—dijo una voz cortante tras ellos.

 

Los tres hombres y Ana se giraron, y al hacerlo no pudieron remediar un oh! De asombro que abrió todas sus bocas.

—Dejadla en paz ahora mismo, que ella no sabe nada. La que sabe vuestros nombres soy yo. Yo misma y nadie más. Y aaaaaay….aaay que me los sé bien, caballeretes.

El revólver cayó al suelo con un golpe sordo. Y no era para menos. La aparición de la muerte misma en persona hubiese causado menos impresión. Porque allí, delante de los cuatro, viva de nuevo y luciendo el aspecto que había tenido en su cénit, estaba la dama que había sido número 1 durante más de treinta años. La voz del pueblo. La dama de hierro de la radio. Salida de la tumba y con mejor aspecto que nunca, Encarna había vuelto al juego.

 

 

(Continuará…)

 

VOLVER AL ÍNDICE