DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO VII: Un retorno triunfal

Posted by on Apr 1, 2020

 

 

Capítulo 7.

 

Un retorno triunfal.

 

 

Allí estaba. En el medio del salón y luciendo su moreno de piel más elegante y su tinte rubio más brillante, Encarna había conseguido por fin escaparse de la tumba y había regresado para impartir justicia. Estaba claro que tarde o temprano tenía que suceder. Y la justicia empezaba precisamente por aquellos tres malvados que, pistola en mano, la miraban temblando de terror. Casi de manera imperceptible se giró hacia Ana y le lanzó un guiño, como diciendo “esto déjamelo a mi”

 

—Sí, sí —dijo con su voz serena y modulada por años de función social en las ondas— No me miréis así, que no soy una aparición. Soy yo, de carne y hueso. Tan de una pieza e incorruptible como siempre he sido. O más. Directa. Sincera. Sin tapujos. Directamente, Encarna.

—Ay, madre mía —dijo el más bajito de los terroristas.

—Madre, sí. Madre —contestó la reencarnada— a tu señora madre le tendrías que contar a lo que te dedicas, que seguro que iba a estar contenta. Pero bueno, aquí estos…estos…señores…por llamarlos de alguna manera…habían hecho una pregunta. ¿Verdad? Estos…estos…personajillos querían saber por qué sabemos sus nombres ¿no? ¿no es eso?

Ninguno contestó, mientras miraban fijamente cómo la tremenda mujer cerraba el círculo sobre ellos.

—Pues es muy fácil, hombre —continuó ella—y si no lo saben se lo digo yo. Aquí todos sabemos sus nombres…¡Porque no tienen nombre! —las tres pistolas temblaron ante la subida de voz— ¡Porque su nombre es el nombre de todos los mindundis, de todos los don nadies, de todos los sinsustancia, vagos, maleantes, ce—ros—a—la—iz—quier—da!

—Oiga…oiga, sin insultar…—quiso argumentar el más fornido de los tres sin mucho convencimiento.

—Ah, mira. Si hablan y todo. A tí te conozco. Tú eres…¿Cómo te llamas? Ah, sí. Tú eres Fulanito de tal. Y tú—señalando al otro—tú, Menganito de Cual. Y tú— al tercero— Tú te llamas Don mindundi Lameculillos. ¿Véis cómo sé quienes sois? ¿Véis cómo os conozco? ¡Como si no me hubiese pasado más de treinta años poniéndoos en vuestro sitio! ¡A vosotros y a todos los pedazo de mediocres como vosotros! ¿Y os pensábais que os habíais librado de mí eh? ¿os pensábais que ahora esto iba a ser la sopa boba, el tócame roque? ¡Pues aquí estoy, de vuelta, pedazo de lameculos y sinvergüenzas!

—Pero si usted ha estado aquí todo el…—dijo uno de los terroristas.

—¡¡SILENCIO!!—lo cortó Encarna con un grito que abrió sus fauces salvajes y enseñó sus dientes afilados de fiera rabiosa. Los tres malvados hombres sintieron cómo sus rodillas temblaban, y cada uno por su lado valoraron la distancia que les separaba de la puerta— ¡SILENCIO, MEDIANÍAS! ¡Cuando una dama como yo…de mi talento…de mi altura habla, los pedazos de alcornoques como vosotros se callan!

Y de un rápido giro, como si fuese una bocanada de viento ardiente, Encarna saltó al lado y les cortó el camino hacia la puerta de salida. Parecía como una hiena que, vuelta a vuelta, cayese salivando sobre sus inocentes víctimas.

—Es que no hay nada más que veros. Nada más que miraros a los ojos para saber quienes sois. Qué sois de verdad. Terroristas…¡Terroristas os hacéis llamar! ¡vamos hombre! ¡Déjame que me ría! ¡JAJA! ¡Para ser terrorista…hay que causar terror! Y vosotros..vosotros dais risa. Vosotros dais …dais pena!

—¡Basta! ¡basta ya…de tonterías..ostia —dijo el que parecía el líder de los tres hombres intentando aparentar decisión.

Pero Encarna ya los había acorralado contra la esquina, y su sombra gigante los cubría por completo. Desde su sitio cómodo y protegido, Ana observó cómo las máscaras temblaban sin poder evitarlo.

—¡Si…si se acerca un poco más disparamos!— gritó otro de ellos mientras su revólver temblaba en la mano.

Encarna contestó a ello con un rugido, mezcla de buitre con león rabioso, y acto seguido, de un manotazo, tiró los tres revólveres al suelo.

—¡Hay que salir de aquí, mecagon tó lo que se mueve! ¡hay que salir cagando letxes! —gritó entonces el más bajito de los encapuchados.

 

Demasiado tarde. Encarna parecía haber crecido en volumen y ahora con sus brazos de garras afiladas los tenía apresados del todo contra la esquina. Cuando se giró hacia Ana, sus ojos brillaban con un fulgor rojo maligno que la hizo temblar de miedo.

—No quites el ojo de aquí, bonita —le dijo— esto te va a encantar.

Pero de pronto, en el pasillo, sonó el teléfono. En lo más profundo de su ser, Ana agradeció la interrupción, porque eso le dio la excusa perfecta para poder evitar la visión de lo que sin duda el espectro de Encarna iba a hacer con los tres pobres malhechores.

—Perdonadme, pero tengo que cogerlo—dijo apresuradamente mientras salía al pasillo— No os mováis, que ahora mismo vuelvo.

 

El aparato sonaba con insistencia, como si tuviera una urgencia que revelar. Por el rabillo del ojo, mientras corría hacia él, observó cómo la forma negra de la sirvienta se marcaba en la puerta de la cocina.

—Señorita, no debería…—dijo la vieja.

—Ya, ya— la ignoró Ana levantando el aparato— ¿Diga?

—¡Ana! —dijo al otro lado una voz que ella reconocía pero que no era capaz a identificar— ¡Ana! ¡Gracias a Dios que te localizo! ¿estás en la casa todavía?

—¿Padre? ¿Padre Pilón?— dijo Ana cayendo de pronto en la cuenta.

—¡Sí! ¡Yo soy, Ana, hija mía! ¡Escucha: si estás todavía en la casa tienes que salir de ahí corriendo! ¡Alabado sea el señor, Ana! ¡Te he fallado ¡Os he fallado! ¡Pequé de exceso de seguridad y he cometido un error terrible!

—¿Pero por qué, padre? —dijo Ana poniéndose nerviosa.

—¡La presencia! ¡La presencia que sentí en la casa! ¡te dije que sentía una presencia benigna, y detrás una fuerza extraña, que expresaba la palabra PAZ! Eso me hizo pensar que no era peligroso, pero no obstante me llevé un frasquito de agua del grifo y un poco de pintura de la pared. Y lo que más temía se ha cumplido, Ana. Ay, señor…que te he hecho…

—Padre,me  da usted miedo…—dijo Ana mirando a la enjuta sirvienta, que se había situado justo al lado de ella.

—PAZ…PAZ..:PAZ…¿Cómo he podido ser tan tonto? ¡Es Pazuzu, Ana! ¡Es PAZUZU!

—Pa…—balbuceó ella, sintiendo cómo aquel nombre la agitaba profundamente.

—¡PAZUZU! ¡Es el demonio sumerio de la tormenta y la mala leche! ¡Por eso los truenos, y el olor a leche rancia! ¡Es él, por el amor de dios! ¡Y no está debilitado por las presencias benignas, Ana! ¡Ay señor! ¡las presencias son las almas que ha matado en esa casa…Y SE ESTÁ ESCONDIENDO DETRÁS DE ELLAS! ¡NO ESTÁ DÉBIL, ANA! ¡ESTÁ MÁS FUERTE QUE NUNCA! ¡ANA, TIENES QUE SALIR…

 

Click. La mano huesuda de la sirvienta cogió el auricular del oído de Ana y quitó el teléfono de su mano. Ambas se miraron en silencio a través del aire rancio, del aire invadido por el súbito aroma de la leche podrida. Leche blanca como los ojos de pájaro de la negra sirvienta, igual que un cuervo de tamaño humano. Pazuzu. Pazuzu. El nombre se había quedado en la cabeza de Ana como un disco rayado. La casa estaba en silencio total y el corazón de Ana latía como un trueno. Pazuzu. ¿Por qué le iba a impresionar ese nombre, pensó mientras se alejaba lentamente del teléfono? Con paso errático, Ana recorrió el pasillo pasando el dedo por las paredes recién pintadas. ¿salir de allí? ¿Por qué iba a salir de allí? Si acababa de pintarlo todo, con lo bonito que había quedado. Aunque aún faltaba el último detalle.

Con la vista perdida, Ana contempló las paredes, llenas de arriba abajo con el nombre. Pazuzu. Pazuzu. Repetido cientos y cientos de veces con pintura negra, en todos los tamaños posibles. Había hecho un buen trabajo, pero faltaba terminarlo, y aquel era sin duda el momento.

En la entrada enfrente del espejo, había una inscripción diferente a las demás. YOSÓ PAZÚ CHOCÁ, decía. Sin pensarlo ni un momento más, Ana agarró la brocha que había en el suelo, y tras mojarla en el bote que quedaba abierto, rellenó los huecos que faltaban. Luego contempló su obra.

 

YO SOY PAZUZU HECHO CARNE, decía ahora el rótulo.

 

Luego se giró hacia el espejo, y se contempló de regreso en él. Vio el fantástico moreno de piel, el rubio perfecto, el gesto altivo de señora de altura. Y rió, rió, rió con la risa de quien sabe que ha salido de la trampa más grande. Sonaron truenos que la hicieron estremecer.

 

Sí, pensó Encarna frente al espejo, era genial estar de vuelta.

 

 

 

(Continuará…)

 

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