DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO X: Un dorado resplandor.

Posted by on Apr 6, 2020

 

 

Capítulo 9

 

Un dorado resplandor.

 

 

En aquella oscuridad, Ana era pequeña de nuevo y el monstruo era gigante. Ella, claro, no lo veía, pero podía escucharlo perfectamente mientras utilizaba su cuerpo para hacer cosas monstruosas, y lo movía a su antojo. Ana no recordaba el momento justo en que la posesión había tenido lugar. Recordaba momentos concretos que no tenían sentido temporal: Hombres con máscaras amenazantes y boinas gigantes, una llamada de teléfono, paredes llenas de nombres pintados. Y luego, de pronto, había sido como si una mano gigante y fantasmal hubiese agarrado muy fuerte aquel pedacito de su alma que ella era ahora y lo hubiese lanzado hacia un pozo negro. Y de pronto Ana, la Ana interna, ya no estaba en su mundo interior maravilloso, lleno de luz y fantasía.  El monstruo le había robado su consciencia, y con ella todos los brillantes recuerdos que flotaban en su personalidad como burbujas mágicas: las felices navidades de su infancia. Su primer beso con Miguel, aquel primer novio que ahora era una superestrella, los días difíciles pero llenos de emoción en Londres, mientras estudiaba danza e intentaba sobrevivir sin la ayuda económica de sus padres, su estancia en EEUU y la elegancia de Nueva York, y el colorín de Holywood. Todo aquello se lo había quedado el monstruo, y sólo había dejado aquella pequeña Ana flotando en la oscuridad.

Y ahora el monstruo estaba haciendo algo horrible. Ana lo sabía. Podía sentirlo por cómo aquella diabólica presencia castañeteaba los dientes y salivaba. Y de alguna manera, por algún tipo de extraña magia, aquella pequeña mota de consciencia que quedaba en el alma de Ana, sabía también que Davor estaba implicado. Que Davor estaba allí.

 

Así que de pronto, aquel último girón de consciencia decidió que no podía permitirlo, que tenía que hacer algo. Y al ver no podía hacer otra cosa, se concentró con todas sus fuerzas en volver a mandar en el cuerpo. Se concentró tan tan fuerte que, hasta de forma simbólica, cubrió de sudor simbólico su pequeña cara de niña perdida. Y de alguna manera lo consiguió.

 

De pronto, Ana se vió en el medio del gran salón de la nueva casa. Tenía levantados los dos brazos, y en ellos apretaba fuerte un largo y afilado cuchillo de cocina. Y bajo él, esperando el estoque mortal, estaba Davor, que había abierto su camisa y mostraba el pecho desnudo.

—¿Da…Davor?—dijo Ana— ¿Qué haces? ¿Qué…qué hago?

—Ana! —dijo Davor con sorpresa— ¡Eres tú! ¡Tú de verdad! ¡Has vuelto!

 

Pero de repente el monstruo volvió a tomar el control, y la empujó de nuevo hacia atrás, hacia la oscuridad.

—¡Cállate, maldita! —gritó con una voz que parecía el aullido simultáneo de un millón de almas condenadas — ¡Vuelve a tu sitio, ahí atrás, y quédate ahí quieta!

Pero Ana se resistió, y apenas sentía que de nuevo la rodeaba la oscuridad volvió a concentrarse muy fuerte, y a tomar de nuevo su posición. Curiosamente, esta vez hasta pareció resultarle más fácil. En la habitación, el cuchillo seguía alzado y sin caer.

—¡Resiste, Ana!—gritó Davor— ¡No dejes que iscosiente colestivo te domine!

—¡GRAAAAAAAAAAAAH!—gritó el monstruo— ¡He dicho que vuelvas a tu sitio!

—¡Mi sitio es este, y no me vas a echar de él! —dijo Ana a su vez, y ahora las dos voces salían de su mismo cuerpo, dándole a toda la escena un toque demencial.

—¡GRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!—repitió el monstruo, y de pronto Ana se sintió empujada muy fuerte, y de nuevo fue todo negro a su alrededor. Pero ahora, de pronto, la situación era mucho peor. Porque la oscuridad ya no era oscuridad, sino que ahora tenía un brillo rojo que salía de los ojos del monstruo. Porque el monstruo ya no miraba hacia fuera, ahora se había vuelto hacia ella, y a la luz de aquellos ojos infernales Ana podía ver con brutal claridad aquellas facciones gigantes, que recordaban a las de la antigua Encarna, pero en una versión deformada y terrible, y aquella boca de dientes afilados que parecía ocupar todo el universo visible.

—¡Ahora sí que te has pasado! —gritó el monstruo— ¡Voy a destruirte, pedazo de mosquita muerta! ¡Te voy a devorar por completo! ¡Ni siquiera sé por qué he dejado vivir a esta parte tuya! ¡te voy a devorar, maldita, y entonces tu cuerpo será mío¡ ¡TOTALMENTE MÍO! ¡GRAAAAAAAAAAH!

 

Y Ana quiso correr, pero en aquella oscuridad sus pies no avanzaban y la boca ya estaba encima de ella quemándola con su aliento que apestaba a leche rancia. Y quiso gritar, pero ya no tenía boca. Y quiso golpear, pero sus brazos eran pequeños y en cuanto los dientes del monstruo los tocaron quedaron pulverizados, y Ana cayó indefensa al suelo mientras esperaba que la devorase del todo, sintiendo como el odio crecía, y salía brillando de su interior, salía brillando.

Pero no era odio lo que salía.

Ana miró extrañada el resplandor dorado que exhalaba de su pequeño cuerpo simbólico, y que de pronto iluminaba más que el rojo de los ojos del monstruo. No entendía bien qué era, pero sí tenía una cosa clara: a medida que el resplandor crecía, el monstruo retrocedía. Así que mentalmente empujó el brillo, y el brillo siguió creciendo, dando incluso la impresión de que al monstruo le quemaba.

—¡AAAAAAAH! —gritó el ser diabólico—¡No, eso no!¡Es demasiado amor, demasiada pureza! ¡NOOOOO!

Y mirando de pronto su interior, Ana lo entendió.

 

—Es el anillo —dijo— El anillo que Davor puso en mi copa y que yo me tragué por error. Por eso no devoraste este trocito, y por eso ahora tampoco puedes. Porque tengo dentro la pureza del oro, la pureza del amor verdadero, y con eso no puedes. ¡No puedes! —repitió, dejando que el resplandor dorado llenase toda la oscuridad.

—¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!—gritó el monstruo.

Ana miró con sorpresa a su alrededor. Estaba de nuevo en el salón, y era totalmente dueña de sus actos. Más dueña de lo que nunca se había sentido. Sin apenas pensarlo, bajó los brazos y arrojó el cuchillo lejos. Davor la miraba aún sin entender qué parte había ganado la lucha.

 

—Davor, soy yo —dijo—Estoy de vuelta, y tenemos que salir pitando de este sitio.

No hizo falta repetirlo. Raudo como una gacela, el bello futbolista se abrochó la camisa y la cogió de la mano para correr juntos hacia la puerta. Pero la puerta estaba obstruida. Cerrando el paso estaba una terrible mujer vestida de negro, delgada como un pájaro de mal agüero y con los ojos salidos de sus órbitas.

—¡Quietos! —gritó con su boca que parecía un pico afilado —¡No podéis salir! ¡No saldréis de aquí nun…

Un certero derechazo de Davor le cerró la boca de un plumazo y la lanzó contra el quicio de la puerta, dejando el paso libre.

El pasillo de la casa ya no parecía el mismo pasillo. Las paredes que Davor había visto limpias estaban ahora pintadas de arriba a abajo con un misterioso nombre. Pazuzu. Pazuzu. Repetido millones de veces en color negro como el vestido de la vieja. Y lo peor de todo, tampoco estaba vacío.

 

Eran tantas que Davor y Ana no podían ni contarlas. Todas ellas parecidas: con un aspecto joven e inocente bajo la piel reseca, podrida y manchada de tierra. Todas con infantiles vestidos de colores que habían perdido ya el color tras tanto tiempo enterrados. Y todas con un agujero negro, del tamaño de un puño, en donde debería estar el corazón. Ana tragó saliva al verlas, y al reconocer en ellas a la joven que el día anterior la había intentado avisar. Estaba claro que el monstruo no quería que escapasen de ninguna manera, y para impedirlo había lanzado contra ellos a todas sus antiguas víctimas.

—¡Lo siento, Ana! —gritó la niña que la había querido advertir, mientras se lanzaba a atraparlos con sus uñas largas y cubiertas de tierra— ¡Te admiro mucho, pero nos está obligando! ¡No podemos hacer nada! ¡Davor, a ti también te admiro!¡Hala Madrid!

Ana logró esquivarla mientras avanzaba, pero había más. Muchas más que venían.

—¡Felicidades, pareja!—gritó una mientras intentaba morderlos en el cuello— ¡Qué buena pareja hacéis!

—¡Ana, yo también soy actriz!—dijo otra que tenía la mitad de la cara podrida mientras le saltaba encima— ¿Podrías darme algún consejo?

—¡Y a mí!¡Y a mí!—gritaban todas mientras les cerraban el paso y les intentaban degollar con sus uñas. Y por golpes que daban salían más. Siempre más. Demasiadas. Pero no contaban con el ingenio de Ana.

 

—¡Dejadnos salir! —gritó Ana de repente —¡Dejadnos irnos y me ocuparé de que salgáis en la tele! ¡Todas! ¡Todas vosotras!

En ese momento todas las muertas vivientes se quedaron paradas en el sitio. Ana supo entonces que había acertado de pleno. El poder necromante del monstruo era fuerte, pero había cosas más poderosas.

—¿De verdad?—dijeron todas casi al unísono.

—¡Sí! —dijo Ana—rodamos el último capítulo del Hostal la semana que viene, y me ocuparé de que salgáis, os lo prometo. ¡pero tenéis que dejarnos salir de la casa!

 

No hizo falta decir más. Todas aquellas chicas revividas se apartaron e hicieron un pasillo, e incluso la que quedaba más cerca de la puerta la abrió y les dejó pasar con una inclinación. Sin pensarlo más, Ana y Davor corrieron hacia el aire libre de la noche, y luego a la calle, en donde la noche oscura se los tragó igual que la boca del monstruo había intentado tragárselos antes.

 

 

(Continuará…)

 

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