DANI ORVIZ

POETA+SLAMMER+SHOWMAN

CAPÍTULO XIII: Una invitación telefónica

Posted by on Apr 9, 2020

 

Capítulo 12.

 

Una invitación telefónica.

 

 

Un golpe. Una risa con deje metálico. El recuerdo de una mosca golpeando el cristal en una mañana amarillenta. Ana abrió los ojos en medio de la oscuridad mientras estas tres cosas daban vueltas alrededor de su cabeza confusa. Al principio pensó que todavía volvía en sí después del primer sueño en el refugio, aquel que había tenido al regresar con Davor de la casa diabólica. Pero muy pronto se vio sola, en el sofá en vez de en la cama, y a la velocidad de un dedal que se llena de agua sucia su mente sacó a la luz los hechos ocurridos hacía solo unas horas: la llegada del padre, el libro viejo y la información que guardaba. Y por último los mensajes en su piel y cómo el maldito demonio la había usado de tablón de anuncios. Pero su piel ya no dolía, y algo le decía que los mensajes se habían terminado.

Encendió la lamparita y miró a su alrededor. Todo parecía igual que ella lo recordaba excepto por dos cosas. El gran libro que el Padre trajese había desparecido de la mesa, y en su lugar había una pequeña nota escrita con letra presurosa. Sabiendo de antemano lo que decía, Ana la cogió y corroboró con desesperación el desolador mensaje que transmitía.

“Ana, nosotros vamos a matar demonio. Volvemos muy pronto. Te quiero, Davor”

Jolín, pensó. Jolín e incluso maldita sea, e incluso mierda, mierda y me cago en todo lo que se mueve. ¿Cómo había podido ser tan tonta de permitirles dejarla así de lado, y dejar que se fuesen a meter en la boca del lobo? Ella tenía que haber estado allí con ellos, después de todo era su culpa todo aquel lío. Y ahora dos hombres buenos corrían peligro de ser destrozados por una entidad diabólica de primer orden.

 

¿Cuánto hacía que habían salido? ¿Cuanto tiempo había pasado? Ana se maldijo por haber estado en la inopia y no haber mirado el reloj en todo el día, incluso a la llegada del padre. Ahora eran casi las once de la noche, comprobó, pero eso no le decía nada. Aunque de pronto se dio cuenta de que había otra manera de saber el tiempo que había pasado.

Sin pensar aún en nada más corrió hacia el cuarto de baño y se quitó la parte superior de su vestido. Descubrió con ello que había acertado, y que mientras dormía el demonio había sumado varios mensajes más a los ya escritos. “ME ESTOY IMPACIENTANDO”, decía en su costado derecho, bajo la axila. Encontró otro sobre el ombligo: “IMPAZUZUCIENTANDO, AJAJJJA”. “¿VIENES O NO?”, decía en su pantorrilla izquierda, y más abajo, en el tobillo había añadido “ME ABURRO”. Se giró y observó la parte trasera de su cuerpo en el espejo, y descubrió con ello que en la espalda baja, debajo del primer mensaje ponía “YA NO SÉ QUÉ PONER” y más abajo, en la nalga otro que decía “CACA”. El último que Ana descubrió, con gran disgusto, en la nuca, no era un mensaje escrito sino la representación gráfica, muy burda, de una caca de perro flanquedada por un miembro viril en pleno acto de mingitación. Y ya no había más inscripciones.

 

Eso hacían siete, pensó muy rápido. Siete mensajes que parecían ya secos, con pinta de haberse hecho hacía bastante rato. Teniendo en cuenta que antes de caer en el sueño las inscripciones habían estado apareciendo a un ritmo de más o menos diez minutos eso marcaba un lapso temporal de aproximadamente una hora. Suficiente, concluyó, para que Davor y el Padre cubriesen la distancia que había hasta la casa y se encontrasen cara a cara con Pazuzu. Luego algo había pasado. O bien habían vencido, o bien el demonio había parado de escribir por otra razón. Cual podía ser, Ana no quiso ni pensarlo.

Buscó el teléfono con desesperación y tras encontrarlo marcó el número de Davor, pero tras interminables tonos de llamada nadie contestó. Sin saber qué hacer encendió la gran televisión, incluso esperando que en ella apareciese de nuevo la despreciable Karmela, mostrándole en directo el destino de su amado. Pero fuese por lo que fuese Karmela parecía estar descansando, y la pantalla sólo le mostró la dosis habitual de maldad y sufrimiento, bastante menos que aquella que ahora le estaba atenazando. Apagó la tele y se sujetó la cabeza con las manos, respirando fuerte y sintiendo cómo cada segundo le dolía tanto al pasar como cualquiera de las letras sangrantes que el demonio había puesto en su piel. No sabía cuantos segundos habían pasado cuando sonó el teléfono.

 

Ana corrió desesperadamente hacia él y lo descolgó con las manos temblando.

—¡Davor!—gritó—¿Davor! ¿Eres tú?

—¡Ana!—dijo la inconfundible voz de Davor— ¡Ana! ¡Mi amor!

—¡Davor!—dijo Ana— ¿Dónde estás? ¿estás bien?

—¡Ana!—contestó Davor— ¡Lo conseguimos! ¡Hemos vencido al demonio! ¡Lo conseguimos!

—¡Davor! —dijo Ana al escucharlo, sintiendo cómo su corazón temblaba de emoción— ¿De verdad? ¿Lo dices de verdad?

—¡Ana, sí! —contestó Davor —¡Ese maldito no pudo hacer nada contra nuestro amor invencible! ¡Hemos venido a casa, y lo hemos machacado, y lo hemos vapuleado, y le hemos dado lo que se merecía, y ahora ese pedazo de sinvergüenza ha vuelto al agujero de mediocres y mindundis al que pertenecía, y ya no nos molestará más!

—Davor —dijo Ana de repente, sintiendo cómo el miedo volvía a caer sobre ella como una tormenta súbita de verano.

—Ana —contestó Davor muy lentamente— ¿qué quieres, Ana?

—Davor —dijo Ana— ¿por qué hablas tan bien el español?

Silencio al otro lado. Luego un golpe. Al fondo, muy diluido en la textura telefónica, el ruido de una mosca golpeando un cristal. Y de pronto una risa metálica, fría, cruel, subiendo de intensidad. Como un juguete de cuerda dando vueltas en bucle. Cuando Davor volvió a hablar ya no lo hizo con su voz, sino con la voz terrible y cortante de Encarna.

—Ajajajajajjjajajaj— dijo— Muy lista, muy lista, amiga mía. Pero no lo suficiente, por lo que parece.

—¡Maldita! —gritó Ana— ¿qué has hecho con Davor? ¿Dónde está? ¡Como le hagas algo te mato, te lo juro!

—Yo soy Davor, cariño —dijo la voz de Encarna— ¿Ya no me conoces? Estoy aquí con el Padrecito Pilón, que también tiene algo que decirte. ¿no, padre?

—Loren ipsum dolor sic amet —dijo la voz del Padre de repente— Mater tua mala burra est. ¿has visto lo que hace la guarra de tu hija? Busque, compare, y si encuentra algo mejor…¡compre!

—¡Maldita! —gritó Ana de nuevo— ¿Déjalos en paz! ¡Haré lo que quieras, pero déjalos en paz! Es a mí a quien quieres, ¿no?

—Ya no, bonita. Ya no —contestó Encarna— ya no hace falta. ¿para qué voy a querer a una mosquita muerta si ahora tengo a un pedazo de hombre, a un deportista, a un machote de los pies a la cabeza? Ah! Y además de rebote a un curita para fregar el suelo con él.

—Estalló la bomba deportiva —dijo la voz del Padre— Dómine vobiscum tristus tristus tristus tristum.

—¿Qué les has hecho, maldita! ¡Voy a acabar contigo, ¿me oyes? ¡¿Me oyes?!

—No creo que puedas, la verdad —contestó Encarna— yo soy mucha dama. Una señora de categoría, de quitarse el sombrero. De chapó. Y tú sólo eres una hijita de papá que juega a la tele. Vamos, vamos. Ya te he concedido demasiado tiempo. Adiós, bonita.

—¡Espera! ¡Espe…

 

Pero sólo el pitido interno del teléfono contestó a su súplica, y a su sonido Ana descubrió que estaba sola de nuevo. Desesperadamente quiso volver a marcar el número de Davor, pero se encontró de nuevo con la misma falta de respuesta, como si lo que acababa de ocurrir hubiese sido solo un sueño. Pero no lo era. Ana había escuchado la voz, había sentido el desprecio y la altanería de Encarna, o del mismo demonio Pazuzu. Y eso había cambiado del todo la situación.

Porque Ana ahora estaba enfadada. MUY enfadada.

Durante toda la delirante aventura que el demonio le había hecho pasar en los días anteriores,

Ana había pasado por muchos estados diferentes. Atemorizada, confusa, poseída, intrigada…pero ahora, en ese momento, por fin, el demonio había cometido un error. Y la había cabreado.

Con gesto decidido se levantó del sofá, y se fue directamente al vestidor. Allí se quitó el roto vestido rojo y buscó en el armario hasta que encontró lo que buscaba. Lo había guardado allí por si necesitaba practicar alguna vez el personaje mientras estaba en casa de Davor y, por qué no decirlo, para utilizarlo con él también alguna vez en la intimidad. Hasta ese día, salir con aquello a la calle había sido lo último que se le hubiese pasado por la cabeza, pero las circunstancias habían cambiado. Y ahora Ana supo que no podía existir mejor armadura de guerrera con la que acudir a enfrentarse al mal supremo. La gorra de cuero, la cazadora negra, las botas con tachuelas, el body de cuerpo entero de leopardo. En cuanto terminó se miró al espejo y se vio de nuevo convertida en Sonsy, la aguerrida prosti del Hostal Real. Y se sintió poderosa, decidida, preparada para lo que fuese. Uno de los siete demonios superiores del infierno, ¿eh?.

—En Pazuzu y en todos sus muertos me cago yo —dijo, plena de seguridad frente al espejo.

 

Ya podía prepararse y sacar su mejor artillería aquel demonio, porque por muy demonio superior que fuese, ahora tenía como rival a Ana. A la Ana que se fue a Londres con lo puesto, y pasó hambre y frío y no abandonó. A la Ana que bajó de inglaterra con un coche sin papeles y lo llevó hasta su casa por su santa cara. A la Ana que llegó a Nueva York siendo una desconocida y se fue siendo admirada por la plana mayor del Actors Studio. A la Ana que se coló en la ceremonia de los Oscar, que le hizo un paella a Steven Spielberg y le colgó el teléfono al mismo presidente de los EEUU.

Sí, pensó. Mientras salía del piso y cerraba la puerta tras de sí. Ya se podía ir preparando Pazuzu.

 

Porque ahora aquello era personal.

 

 

(Continuará…)

 

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